lunes, 6 de noviembre de 2017

8. Pandora - Pasado, presente y mi mala suerte


Escupí 
las pastillas y tiré de la cadena. Desaparecieron bajo un torbellino de agua y me apoyé en la pared fría y blanca del pequeño baño que tenía la habitación. Por mucho que me apeteciera drogarme, sabía que no era la mejor opción para la misión. Quizás una botella de ron sí pero eso no era tan fácil de conseguir. Abrí el grifo mientras fantaseaba con un trago de un buen alcohol y me mojé la cara un par de veces. Miré mi reflejo en el espejo y me di cuenta de lo demacrado de mi aspecto. Había tenido tiempos mejores. Era como ver a un fantasma de lo que una vez fuiste, la imagen desdibujada de un recuerdo. Demasiado pálida, demasiado traumatizada, demasiado delgada, demasiado enferma.

Me sequé la cara con la toalla áspera que colgaba a mi izquierda y salí del baño con nauseas. No me gustaba enfrentarme a mi reflejo, no me gustaba recordar. Me senté con las piernas cruzadas sobre la cama y me apoyé en la pared blanca. La habitación era como la típica de las películas. Suelos blancos, paredes blancas, una única ventana con barrotes, un pequeño y raquítico escritorio de madera gris, una cama dura con sábanas grises claras, un reloj de plástico cutre pero que funcionaba sobre la pared en frente de la cama…El baño seguía la misma línea. La habitación era de un tamaño estándar, ni muy grande ni muy pequeña. Ya me había acostumbrado.
Afuera era de noche, se veía la oscuridad y una fina luna menguante por la ventana. Suspiré y apoyé la cabeza en la pared. Tenían que venir a buscarme en breve. Pasaron quince minutos hasta que la puerta de mi habitación se abrió. Un hombre y una mujer ataviados con uniforme médico entraron. No hizo falta que dijeran nada, sabía que eran ellos. Me levanté y ambos me escoltaron fuera. Los pasillos estaban despejados y ni un alma se encontró en nuestro camino. Lo tenían todo planeado. Con el ascensor de servicio bajamos hasta la última planta, utilizamos una de las puertas que usaban para sacar la basura, y salimos a un callejón. Un coche 4x4 negro nos esperaba. No habíamos intercambiado ni una palabra. La noche era cálida, aún estábamos disfrutando del verano.
Me senté en la parte de atrás y mis dos acompañantes ocuparon los sitios de conductor y copiloto. El motor arrancó con un suave rugido y salimos a las calles dejando atrás el imponente edificio del psiquiátrico. Todo había ido como la seda. No esperaba menos, estaba acostumbrada a como hacían las cosas.
—A tu derecha tienes un uniforme de uno de los equipos de seguridad de Orizont, el de emergencias. También una carpeta con indicaciones básicas sobre el edificio, entradas y salidas, etc. También una pistola. No tendrás refuerzos, ni comunicación por radio, ni ayuda. En un papel dentro de la carpeta hay un número de teléfono. Memorízalo y cuando tengas a la chica, llama. Te daremos más instrucciones—La voz de la mujer cesó y asentí, consciente de que me observaban por el espejo de adelante.
Agarré el uniforme y comencé a desvestirme y a ponérmelo. Me daba igual que mirasen, no tenía nada de lo que avergonzarme. Una vez me hube puesto todos los complementos, botas y guantes incluidos, cogí el dossier. Lo fui leyendo mientras llegábamos al destino. No había nada en particular que fuera destacable, muy rutinario todo. Entraría por una de las puertas de servicio del complejo. Habría guardias pero eliminarlos no era un problema. Le quitaría a alguno la radio, sintonizaría la frecuencia y me guiaría para llegar hasta donde estaba Ícaro. Llevando el uniforme nadie sospecharía y si lo hacían…Bueno, peor para ellos.
Tras media hora de viaje la silueta de uno de los edificios de Orizont nos saludó, dándonos la bienvenida. Miré el rótulo con el nombre, iluminado, muy futurista. Orizont, uno de los gigantes del momento de la industria tecnológica médica. Pioneros en investigaciones y nuevos descubrimientos que ayudaban y salvaban la vida de millones de personas. Desarrollaban equipamiento quirúrgico y médico, además de vacunas y medicamentos. Estaba valorada en millones de millones y con una influencia que haría temblar a muchos países y líderes mundiales. Siendo sinceros, su labor no era mala, habían aportado mucho al mundo científico y habían salvado millones de vidas. Sus obras benéficas y en los países subdesarrollados eran del todo conocidas y efectivas. Ayudaban también a ONGs, fundaciones benéficas…Sin embargo, la otra cara de la moneda eran los experimentos con humanos, animales, tratos con el mercado negro…Si. Estaban tan podridos como cualquiera. Solo que Orizont había ido un paso más allá gracias a la ambición de su nuevo CEO y eso era lo que les hacía muy peligrosos.
—Ya hemos llegado—dijo el hombre parando el motor. Estábamos a un par de manzanas del callejón que tenía que tomar.
—Genial. Que paséis buena noche—Les dirigí una sonrisa amable y tras recogerme el pelo en una coleta, me calcé una gorra negra y salí a la calle. Comprobé que llevaba la pistola. El coche se volvió a poner en marcha y se alejó, con la misma calma y silencio con el que había llegado.
Respiré hondo y me puse en marcha. Quería acabar aquello lo antes posible. Sin embargo, no todo iba a ser coser y cantar. Claro que no, mi mala suerte había decidido que quería seguir conmigo un poquito más.
Entré en el callejón y dos guardias estaban custodiando la puerta que iba a ser mi acceso. Se les veía inquietos y escuchaban sus radios. “Esto no pinta bien” pensé pero seguí avanzando con paso tranquilo. Silbé estando a una distancia prudencial y ambos me miraron con desconcierto. Por mi uniforme no debería estar allí, apareciendo sola en el callejón y ellos lo sabían. No les di oportunidad a reaccionar. Hice un gesto, demasiado dramático para ser sinceros, y sus armas se levantaron en el aire, como si tuvieran vida propia. Con un par de golpes contundentes en la cabeza, la boca del estómago y las piernas, ambos quedaron inconscientes. Una de las armas fue a mi manos, era mejor que la que me habían dado. El otro arma, junto a los cuerpos, se quedaron en los contenedores grandes de basura. Cogí antes una de sus radios y una tarjeta de acceso de uno de ellos.
—Extrañaba esto—dije moviendo los dedos de las manos y sentí un cosquilleo que ya había olvidado. Adrenalina, diversión, poder… Encendí la radio y comprendí que mi mala suerte no se había ido de vacaciones.
“Necesitamos refuerzos en la 1 y en la 0. Están armados. Galagor tiene a la chica, proceded con precaución. Creemos que aun sigue en la planta -3, bloquead todas las entradas y salidas. Y repito, proceded con precaución”
—Mierda—mascullé—. ¡Joder!
Golpeé la puerta con el puño derecho y apreté los dientes. Galagor estaba allí. Lo cual era lógico, todo el mundo quería el arma, a Ícaro pero aunque esperaba que hubiese tardado más en actuar, esperaba menos que hubiese acudido en persona. No quería volver a verle. Había deseado no tener que volver a verle pero el destino y el azar son caprichosos y unos hijos de puta.
Ya no estaba tan segura de poder hacer aquello sola. Ya no estaba segura de sacar a la chica con éxito. Las perspectivas de que Galagor u Orizont me capturasen eran ambas terribles. Pero no podía darme la vuelta, tenía que intentarlo. Tenía que entrar allí y esperar lo mejor. Teniendo en cuenta que llevaba sin hacer aquello años, ni siquiera yo apostaría por mí.
Solté una carcajada nerviosa. Levanté las manos, me temblaban. Tenía que controlar el miedo y la rabia. “Galagor es solo un hombre, no puede hacerme más daño. Ya me lo ha quitado todo, no tengo nada que perder” me dije a mi misma tratando de convencerme.
Respiré hondo y solté el aire. Repetí la operación un par de veces más.
—De acuerdo. Que comience el espectáculo—Abrí la puerta de un tirón y entré en el edificio sin saber si iba a conseguir salir de él.
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