jueves, 19 de octubre de 2017

4. Ariel - Por desgracia, esto no es una pesadilla.


Dos hombres estaban en el umbral de la puerta. Uno con un traje oscuro, y otro con ropa de sport. Altos, de mirada poco amistosa, en forma...
— ¿Es usted Ariel Moore?—dijo el hombre con traje. Tenía una voz profunda y autoritaria.

Me quedé paralizada durante unos segundos. ¿Qué estaba pasando? ¿Quiénes eran aquellos hombres? ¿Por qué me estaban buscando?
—Si...—Logré pronunciar al final ante la mirada insistente de ambos. Aquello no era bueno. No estaba bien. Un miedo frío y denso se fue apoderando de mí.
—Somos de la policía. Nos gustaría hacerle unas preguntas sobre la muerte de Kristen Jones. Nos consta que usted la conoció la noche antes de su muerte—Esta vez habló el hombre de ropa oscura. Unos vaqueros negros y una camiseta azul oscura. Zapatos limpios, barba incipiente... no parecía un policía. No llevaban el uniforme tampoco.
— ¿Podrían...? —Mi voz temblaba—. ¿Podrían enseñarme sus identificaciones?
El corazón me latía como un tren a toda velocidad. Lo sentía golpear tan fuerte mi pecho que casi temí que lo oyesen. Mis músculos se tensaron. Los hombres me miraron implacables y el trajeado esbozó una sonrisa, de todo, menos amistosa.
—No creo que sea necesario. Déjenos pasar.
No eran policías. "No es seguro" Las palabras de la mujer hicieron eco de nuevo. Ahora estaba muerta. Su móvil también. Aquellos hombres no venían con buenas intenciones. Corría peligro. Un grito se atascó en mi garganta y el pánico me invadió. Sentí que mis piernas iban a fallar en cualquier momento.
No fue hasta que el hombre de ropa oscura hizo el ademán de acercarse cuando reaccioné. Como una inyección de adrenalina, mi cuerpo reaccionó para hacer todo lo posible por escapar. Intenté cerrar la puerta pero el hombre trajeado puso la mano y la apartó con más fuerza de la que yo tenía. Salí corriendo inmediatamente hasta el salón y oí como los dos hombres me seguían. "¿Qué hago?" pensé para mí. "No hay tiempo. Haz lo que sea" remplazó a la pregunta. Me abalancé sobre la mesa del salón y cogí el móvil pero ambos hombres estaban prácticamente encima de mí. No tenía tiempo de llamar. La cocina era mi segunda mejor opción. Entré y cerré la puerta. Comencé a abrir los cajones y oí risas al otro lado.
—Ariel, no hagas esto más complicado...
No les escuché. Cogí el cuchillo más grande que encontré. Huir por una de las ventanas lo había descartado. Vivía en un sexto, moriría en la caída. Me temblaba todo y mi corazón se iba a salir por mi garganta. Me giré hacia la puerta cuando se abrió de un golpe tan fuerte que las bisagras casi se rompieron.
El hombre de ropa oscura entró directo hacia mí. Apenas pensé lo que estaba haciendo. Me abalancé sobre él, cuchillo en mano, esperando el mejor resultado...No tuve ni una oportunidad. El hombre me agarró por la muñeca derecha, apartando la trayectoria del cuchillo y me la retorció haciéndome soltar el afilado objeto. Solté un grito de dolor y me hizo inclinarme sobre el suelo. Luego pasó su brazo izquierdo por mi cuello, tirándome hacia atrás y casi ahogándome. El hombre del traje se acercó con un par de zancadas. Intenté gritar pero me quedaba sin aire. Me clavaron una aguja en el cuello y antes de que pudiera pensar en nada, perdí el conocimiento.

Fui recuperando el sentido poco a poco. Como jirones de niebla atravesando la oscuridad, que se iban aclarando, dándome una consciencia y visión del lugar en el que estaba. Era como despertarse de un sueño demasiado profundo, solo que está vez no era un sueño. Mi estómago se contrajo y tuve arcadas. Abrí los ojos y miré a mí alrededor. No tenía ni idea de donde estaba. Era una habitación relativamente grande, de paredes de un blanco apagado y un suelo gris. Las luces del techo eran fluorescentes blancos e iluminaban por completo el espacio. No había ventanas y las paredes parecían insonorizadas por unas planchas del mismo color pero que se notaban que estaban ahí.
Estaba sentada en una silla de metal con un respaldo de barrotes. La mesa enfrente de mí era de metal también. Estaba frío. Lo sentí colarse por mi piel y me estremecí. Llevaba los mismo leggins y la camiseta de ayer por la tarde. Alcé las manos para llevármelas a la cabeza pero me di cuenta de algo terrible. Estaba esposada. Con dos brillantes esposas, como la de las películas. Tiré de ellas y sí, eran de verdad.
— ¡Socorro! —grité con todo el aire de mis pulmones—. ¡Ayuda!
Algo ridículo gritar eso en una situación así. Estaba claro que nadie me iba a ayudar pero cuando lo único que sientes es pánico y no entiendes nada de lo que está pasando, recurres a lo más básico que se te ocurre. Quería gritar, quería llorar, quería salir de allí. No entendía nada. Aquello tenía que ser una pesadilla pero sabía que no lo era. ¿Por qué? ¿Qué es esto? ¿Qué he hecho?
Estaba al borde un ataque de ansiedad cuando la puerta de color blanco delante de la mesa, al otro lado, se abrió.
—Ariel, relájate. Nada malo va a pasar si cooperas.

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