miércoles, 6 de diciembre de 2017

15. Ariel - Demasiado bueno para ser cierto

Imagen relacionada

El viaje en coche duró media hora. Yo iba sentada en el asiento trasero mirando el paisaje desde la ventanilla. La mañana era soleada y todo parecía iluminarse con un brillo intenso. Supongo que era la percepción que tenía después de haber pasado horas y horas sin ventanas y sometida a condiciones inhumanas.
Música popular del momento sonaba en la radio, rompiendo el silencio del coche. El conductor, que dudaba que fuese Artyom pero por alguna misteriosa razón se parecía a él, permaneció callado y seguí su ejemplo. La música tomo el turno de palabra por nosotros pero no la escuché. Estaba demasiado ensimismada en mis pensamientos, en lo que estaba pasando, en lo que había pasado, en lo que no recordaba...¿Aquel hombre sería de fiar? ¿Quería información? ¿Por qué me había sacado de allí? ¿A dónde me llevaba?
El vehículo se detuvo en una zona residencial de lujosas casas grandes, chalets de varios pisos, piscinas y zonas verdes. Aquello era una de las zonas de gente adinerada de la ciudad, en las afueras. El motor se paró y el hombre se bajó del vehículo y me abrió la puerta.
—Vamos, que no muerdo.
Comprendí que lo decía a modo de broma en plan amistoso pero con el rostro de Artyom y sus rasgos, aquella frase me pareció siniestra. Me desabroché el cinturón y salí del coche, pisando el cemento de la calle con los pies desnudos. El suelo estaba caliente por el Sol, era una sensación agradable. No-Artyom cerró el coche y se dirigió a las puertas de un gran chalet. Cuando pasé por la entrada, me di cuenta de la magnitud de la vivienda y de su hermoso jardín. La hierba estaba verde, como recién cortada y las gotas del rocío de la mañana brillaban bajo los rayos de luz. Algunos setos rodeaban los extremos de un pequeño camino de piedras que llevaba hacia la casa y hacia la parte de atrás de lo que sería la continuación del jardín. Un manzano y otros árboles que no pude identificar decoraban el espacio de la entrada, bien cuidados y podados. Además algunos círculos de flores moradas, amarillas y rojas, se desperdigaban por el césped. Las vallas que delimitaban la casa estaban cubiertas por enredaderas. Era precioso.
—Bonito ¿eh? Cuesta cuidarlo pero merece la pena—dijo el hombre con orgullo y regocijo.
Asentí y seguí caminando sin dejar de admirar aquel espacio de ensueño. La fachada de la casa estaba pintada de un amarillo pálido. La puerta era de madera y se notaba que estaba cuidada, casi como si fuera nueva y la hubieran traído ese mismo día. Me encontré deseosa de entrar en la casa, solo para ver que maravillas escondía. Si el exterior era así, el interior no podía ser peor.
Mi anfitrión abrió la puerta con unas llaves que se guardó en el bolsillo y me invitó a entrar. Pasé con más ilusión de lo que pretendía y desde luego el interior no defraudaba. La casa contaba con suelos de madera barnizaba, paredes de un blanco roto y un mobiliario exquisito. Era como si el mejor decorador de interiores hubiera dedicado su vida a decorar aquella casa. Toda ella contaba con una iluminación preciosa. El vestíbulo era amplio, con armarios bajos sobre los cuales había un cuenco de vidrio de distintos colores y algunas figuras de animales hechas de distintos materiales; un perchero con varios brazos de los cuales había colgados algunas chaquetas, un espejo de formas sinuosas, unas láminas con paisajes de lugares del mundo que quitaban la respiración. El salón se abría a la izquierda. Amplio y por lo que pude vislumbrar con sillones altos con orejeras, lo que parecía una chimenea, una mesa de cristal con...
—Vaya, veo que te gusta mi casa. Me alegro de que mi gusto decorativo te complazca—Sonrió con amabilidad y me indicó a la derecha—. Vamos a la cocina.
Le seguí mirando a todos lados y entramos en la cocina. Otro sorprendente lugar. El suelo era de granito, los muebles de colores granate y distintos marrones y tonalidades de negro. Una mesa con cuatro sillas se situaba en un extremo, cerca de la entrada del vestíbulo y en el otro extremo, una gran mesa americana, con cajones en la parte baja y la superficie de piedra negra. Armarios y utensilios precisamente colocados llenaban el espacio. Un reloj grande y moderno presidia la estancia.
—Bueno, Ariel. Es un placer tenerte como invitada—Comenzó el anfitrión—. Siento mi aspecto, sé que debes de estar confundida. Es una máscara de distorsión que me hace adoptar la apariencia de otra persona a través de una muestra de su ADN...—Debió de  ver mi cara de estupor—. Vale, no tienes ni idea de lo que te estoy hablando. No pasa nada. Ya llegaremos a eso.
Fue hacia la mesa americana y repiqueteó sus dedos sobre la superficie.
—La cuestión es que no soy Artyom. Me llamo Leonel—Hizo una pequeña reverencia—. Sé que tienes infinidad de preguntas y te las solucionaré todas pero no ahora. Tengo un asunto del que encargarme antes de dedicarte toda mi atención y tiempo. Lo que haremos será lo siguiente. Arriba hay uno de los baños en los que podrás darte una buena ducha, que seguro que lo estás deseando. También te he dejado algo de ropa de...la hija de un amigo, que creo que te servirá. Mientras subes y te duchas, te prepararé un desayuno excelente y te lo dejaré aquí. Luego me iré a encargarme de ese pequeño asunto que tengo que solucionar. Puedes explorar la casa si quieres, ponerte la televisión, llamar a tu familia para decirles que estás bien. Lo que quieras. Cuando vuelva, podrás preguntarme lo que quieras. ¿De acuerdo?
Siendo sincera, no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Aquel hombre disfrazado de Artyom estaba siendo tremendamente amable y complaciente conmigo. Comida, ropa, un sitio agradable y acogedor...¿Aquello era real o lo estaba soñando? Sentí como se me cargaba la cabeza con tantas preguntas y llegué a la conclusión de que necesitaba un tiempo para estar a solas y centrarme.
—Si, está bien—respondí asintiendo con la cabeza.
—Genial. Sígueme.
Salimos de la cocina por otra salida y subimos por una escaleras. Llegamos al piso de arriba que era igual de grande que el de abajo. Había otro saloncito con algunas alfombras, una televisión de plasma...No me dio tiempo a contemplar todo porque entramos en el baño. Amplio y limpio, el baño se me antojó como una salvación. Realmente necesitaba una ducha. Había toallas blancas y de aspecto suave y perfumado. Una ducha con hidromasaje, un lavabo enorme, un espejo de igual tamaño.
—Aquí esta la ropa—Señaló un pequeño taburete que era donde descansaba las prendas dobladas—. El resto de cosas imprescindibles están en la ducha. Te dejo para que te pongas a gusto y te veo en un rato.
—Claro...Muchas gracias—Sonreí de oreja a oreja y el hombre me respondió igual. Salió del baño cerrando la puerta tras de sí.
Me giré y me miré al espejo. Tenía un aspecto terrible. Parecía sacada de una fiesta cutre de Halloween. Miré a mi alrededor, cerré los ojos y respiré varias veces. Cuando los volví a abrir había tomado una decisión. Me ducharía, quizás comería algo y después me largaría de aquella casa. No sabía quién era aquel tipo, ni lo que me iba a hacer y por muy amable que fuera, no iba a quedarme para averiguarlo. Después de las locuras de los últimos días había aprendido que la maldad se esconde tras una sonrisa sincera.

Share:

0 comentarios:

Publicar un comentario