miércoles, 27 de diciembre de 2017

18. Ariel - Mantén la calma

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Di vueltas a la taza de té caliente en mis manos y me quedé contemplando el líquido verdoso en su interior. Quizás me diese las respuestas a todas mis preguntas. Dejé la taza en la mesa baja de manera que se encontraba frente a mí. Me encontraba en el salón de la planta de arriba. Era más pequeño que el de la planta baja y contaba con una decoración más rústica. Estaba sentada en un sofá de color marrón, una alfombra de colores granates y crema cubría parcialmente el suelo. Un amplio televisor se encontraba en frente, varias estanterías con libros se disponían por las paredes llenando la habitación y a la izquierda había una mesa más grande también de madera con cuatro sillas a su alrededor.
El hombre misterioso, que se había acabado identificando como Dedral, me había llevado hasta allí. Al rato volvió con una taza que contenía el té caliente, que había dejado sobre la mesa sin mediar palabra. Acto seguido, salió de la estancia sin dar más explicaciones. En mi soledad confusa no sabía qué hacer. No había teléfonos a la vista, ni ningún otro aparato electrónico que pudiera usar para pedir ayuda. Escapar de la casa ya me había quedado claro que no era la mejor opción.
Enterré la cara entre las manos con un hondo suspiro. El té, que estaba sorprendentemente rico, me había hecho entrar en calor. El sol entraba por las dos ventanas de la habitación y la chaqueta que llevaba comenzó a molestarme. Me quité la prenda de ropa y me arremangué la camiseta. Mis ojos se abrieron mientras mi corazón comenzaba a latir con fuerza. Tenía cosas escritas en los brazos. ¿Cómo…? Era mi letra pero no recordaba haberme escrito nada en los brazos. Me subía la manga de la camiseta todo lo que pude y contemplé con consternación como tenía frases y palabras escritas en negro por la piel, de mi puño y letra. Me arremangué la manga contraria y de nuevo, tenía el brazo escrito. Aquello era imposible… Comencé a leer los mensajes por el brazo izquierdo, cuya escritura era más clara pues era diestra.
“Tranquila. Respira. No estás loca” decía el mensaje escrito en mi antebrazo. Vale. Respiré un par de veces. ¿Acaso tenía pérdidas de memoria por el estrés post-traumático? ¿Las descargas eléctricas me habían freído el cerebro causando daños neuronales?
“Materia sihir” leía el siguiente texto. ¿Qué? ¿Qué cojones era la materia sihir? A lo mejor estaba alucinando. Quizás el té que me había dado Dedral contenía algún tipo de droga.
“Orizont = PELIGRO” Estaba escrito en mi otro antebrazo. ¿Orizont? ¿La multinacional? ¿Por qué significaba peligro? Giré el brazo.
“Controlas el tiempo y el espacio” Lo leí repetidas veces. ¿Qué clase de broma era aquella? ¿Cómo iba a controlar el tiempo? Era absurdo.
“Mantén la calma” Era el siguiente mensaje en el brazo derecho.
—Oh, claro. Por supuesto que voy a mantener la calma cuando tengo palabras escritas en mi cuerpo por mí las cuales no recuerdo haber escrito y no tienen ningún sentido—Dije en alto mientras seguía recorriendo con la mirada mi piel.
No tenía sentido. Me había duchado, había visto mis brazos, mi cuerpo entero y no tenía nada escrito. Sin embargo, la tinta estaba en mis brazos y sin duda era mi escritura.
“Controlas el tiempo y el espacio”…
—No puede ser…—Me levanté del sofá. Bajé las mangas de la camiseta.
Con decisión me dirigí al baño donde me había duchado hacia unas cuantas horas. Abrí la puerta y la cerré tras de mí. Escaneé sistemáticamente la habitación. No parecía haber nada fuera de lo normal. Comencé a pasear comenzando por el lavabo. Luego la bañera, el váter…Nada. Una idea en mi cabeza apareció como de la nada. Me agaché al suelo y lo vi. Junto al lavabo, inmóvil. Un bolígrafo. Lo cogí con manos temblorosas. De pie, enfrentándome a mi reflejo de nuevo, quité la tapa negra del utensilio y lo probé en mi brazo. El color de la tinta coincidía. Me había escrito las palabras con él, en el baño, antes de bajar y tratar de salir de la casa. ¿Por qué entonces no lo recordaba? ¿Por qué me había escrito aquellas cosas? ¿De dónde había sacado ese bolígrafo?
Mis ojos se encontraron en el reflejo. “No estás loca. Mantén la calma”. Mis propias palabras resonaron en mi cabeza. Me guardé el bolígrafo en uno de los bolsillos de los pantalones. Me incliné hacia delante, acercándome más a la superficie reflectante. ¿De verdad me estaba planteando que podía controlar el tiempo y el espacio?

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jueves, 21 de diciembre de 2017

17. Ariel - ¿Qué eres?

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Abrí la ventana para que se escapase el vapor que se había acumulado en el baño. Una suave brisa acarició mis cabellos mojados, arrancándome una sonrisa. Me di la vuelta y fui a enfrentarme a mi reflejo. El cristal se estaba desempañando y poco a poco mis rasgos dejaron de ser a borrosos a tener claridad.
—No está mal—Me dije a mi misma mientras contemplaba mi silueta. La ducha me había sentado bien aunque aún se me notaban las ojeras y una palidez preocupante teñía mi piel—. Larguémonos de aquí.
Dejé a mi reflejo en el pulido baño. Me encaminé a las escaleras con decisión y mi estómago rugió con intensidad cuando me llegó el olor de huevos y bacon recién hechos. Me detuve en seco a escasos escalones del final, la mano apoyada en la madera suave de la barandilla. Me moría de hambre. Respiré hondo. La tentación era demasiado grande, mis sentidos aullaban que me abalanzase sobre la comida que había dejado el hombre misterioso para mí. Cada fibra de mi ser vibraba y me empujaba hacia aquel olor delicioso…pero me resistí. Con toda la fuerza de voluntad que pude reunir bajé los últimos peldaños, y un paso tras otro fui hacia la puerta de la entrada, prohibiéndome mirar hacia la cocina. Tenía que irme de allí, buscar ayuda, llamar a mis padres…Ya habría tiempo de comer.
Mi mano se posó sobre el pomo de la puerta. Ni siquiera me había parado a pensar en si estaría abierta. Estaba tan cerca de la libertad que el hambre era algo secundario. Una sonrisa nació en las comisuras de mis labios mientras comenzaba a girar el pomo.
—No se va abrir—La sonrisa se congeló en mis labios—. Una pena ¿verdad?
Efectivamente, la puerta estaba cerrada. A cal y canto. Lo poco de esperanza que quedaba en mi interior se derritió como un hielo al Sol. La voz provenía de la cocina. No era la de Leonel, el hombre que me había traído a casa, ni la de Artyom, ni la de nadie que conociese. Había estado tan cerca de conseguirlo…
Me di la vuelta con más resignación que miedo. ¿Qué más me podía pasar ya? No entendía nada, no le encontraba el sentido a ninguna cosa, tenía tantas preguntas que ya no sabía ni por dónde empezar. Me dirigí a la cocina, sintiendo como si cada paso me costara más que el anterior. Crucé el umbral hacia la luminosa estancia que ocupaba la cocina. Mi olfato no me había engañado y un abundante desayuno descansaba sobre la mesa americana de piedra negra. Sin embargo, no estaba solo. Un hombre de constitución corpulenta, alto pero no tanto como Leonel, con el pelo grisáceo peinado casualmente hacia atrás, con unos jean y una camisa abierta y por debajo una camiseta básica negra, comía tranquilamente parte del desayuno. No fue su aspecto lo que llamó mi atención, sino sus ojos cuando se encontraron con los míos. Eran de un azul hielo, un azul tan frío que mi columna se sacudió en un escalofrío. Casi parecía que la temperatura en la estancia hubiese descendido. Pesé a tener el pelo de un color grisáceo, sus rasgos y sus ojos no denotaban mucho su edad. De hecho, no conseguía estimar la edad que tendría, no era mayor pero tampoco joven…
—Ariel ¿verdad? —Dejó el tenedor que sostenía en el plato en frente suyo—. ¿Vas a quedarte mucho rato ahí parada mirándome? Es un poco raro.
Fruncí el ceño. Sacudí la cabeza dándome cuenta de que probablemente llevaba como más de un minuto mirándole sin decir nada. Sentí el calor inundar mis mejillas. Bajé la vista al suelo con vergüenza. Oí una ligera risa.
—Siéntate y come.
Alcé la vista para ver como señalaba un taburete alto enfrente de mí a escasos metros. La forma en la que lo había dicho, aunque amable, sonaba a que no admitía réplica. Tragué saliva pero mi estómago rugió de nuevo.
— ¿Quién eres? —Me atreví a preguntar sin moverme del sitio. A pesar de todo tenía una sensación extraña. Como si algo me incomodase, como si algo me inquietará. Una leve sensación de ahogo. Sin embargo, no lograba identificar el qué era exactamente.
—El hombre que se está comiendo tu desayuno—replicó con sorna—. Come, lo necesitas.
No había lugar a réplica. El tono autoritario caló en mis sentidos. Me acerqué despacio y tomé asiento. Había un plato, un cuchillo y un tenedor y un vaso con zumo de naranja delante de mí.
— ¿Café? —Señaló una cafetera en la encimera a su derecha. Me encogí de hombros por toda respuesta.
Se acercó a la máquina, cogió una taza blanca que reposaba al lado y lo lleno con el líquido amargo que tanto me gustaba. Cogió un bonito tarro con azúcar y me dejó ambos al lado. Observé la comida enfrente de mí. Huevos revueltos, bacon, tortitas, fruta cortada… Sin pensármelo comencé a coger de todo y en el momento en el que la comida entró en mi boca, sentí una satisfacción que casi arrancó lágrimas de mis ojos. Estaba todo tan rico.
A medida que fui comiendo recuperé la compostura, me sentí con más energía y más centrada. La sensación incómoda no había desaparecido pero se había hecho más soportable. Entre los dos, estábamos acabando con toda la comida. No habíamos hablado nada más.
— ¿Estoy retenida aquí entonces? ¿Soy vuestra prisionera? —Alcé la vista de la comida.
Una sonrisa que no sabría si calificar como siniestra o socarrona recibió mi pregunta. Sus ojos azules eran tan intensos que me daban ganas de echar a correr en dirección contraria.
—No son los términos que yo usaría—Movió con diversión el cuchillo que sujetaba con la mano izquierda—. Digamos que al menos soy mejor anfitrión que Klein.
— ¿Qué? ¿Quién? —Me tensé de forma inmediata. Comencé a sentir como se me formaba un nudo en el estómago, mis manos comenzaron a temblar.
— ¿Qué recuerdas de lo que ha pasado? —El hombre dejo los cubiertos sobre la superficie negra pulida. Se inclinó un poco hacia delante.
Los recuerdos acudieron a mi cabeza como agua saliendo de un grifo. Sentí como me mareaba. Las imágenes, el dolor, el miedo, la angustia…No sabía que estaba pasando. Recordé a Artyom, recordé las torturas…Me levanté de un salto, temblando y agarrando en mi mano el cuchillo con el que había estado partiendo la comida. Me faltaba el aire, me ahogaba. Solo quería que todo aquello parase, quería irme a casa, quería que la pesadilla se acabase.
— ¡¿Qué coño está pasando?! ¡¿Quién eres?! ¡Déjame irme! —Grité alzando el cuchillo hacia aquel extraño. No sabía lo que hacer, mi mente era incapaz de seguir un razonamiento lógico.
—Ariel, cálmate—Se levantó del asiento y comenzó a rodear la mesa—. Estás en estado de shock. Probablemente sufras de estrés post-traumático. Respira hondo.
Sus palabras carecían de sentido para mí. Retrocedí un par de pasos, cuchillo en frente de mí, temblando de pies a cabeza.
— ¡Quiero volver a mi casa! ¡Quiero que todo pare! ¡Déjame ir! —Los sonidos salían de mi boca y se perdían en mis oídos. No controlaba mis acciones. No controlaba lo que decía. Estaba perdida. El extraño estaba a unos cuantos pasos de mí. De pie parecía más alto, más autoritario.
—Suelta el cuchillo—Su voz era más profunda—. ¿Cuál es el plan? ¿Enfrentarte a mí? ¿Correr por la casa buscando una salida mientras te persigo como en una película de miedo? Tranquilízate y daré respuestas a tus preguntas pero créeme cuando te digo que de esta casa no vas a salir.
— ¡¿Por qué?! ¡¿Por…?!
Ocurrió en tan solo unos segundos. El hombre dio unos pasos alcanzándome. Con la mano izquierda agarró mi muñeca. Fue solo un instante. Cuando su piel entró en contacto con la mía, una sensación de pánico me invadió. Una sensación parecida a cuando subes una escalera, crees que hay un peldaño más al final pero no lo hay. Esa sensación de pisar y no encontrar el apoyo que esperabas debajo. Y oscuridad, una oscuridad densa, fría, horrible…Sentí una oscuridad como ninguna otra invadiendo cada fibra de mi cuerpo, cada filamento.
Oí en la lejanía el sonido del cuchillo golpear el suelo. De repente, todo paró. La oscuridad desapareció, el pánico remitió. El hombre me había soltado. Trastabillé hacia atrás hasta que me topé con otra encimera. Los ojos abiertos con horror mirando a aquel ser que tenía delante.
— ¿Qué eres? —murmuré con la voz rota.
Sonrió de medio lado. Se acercó con tranquilidad. Sus ojos parecían más azules que antes, casi parecían ¿brillar? Se paró a menos de un metro de mí. Mi respiración era tan agitada que temía no ser capaz de seguir respirando.
—Oh, querida—Su voz se tornó más gutural—. Soy un monstruo.
Y por absurdo que pareciese. Le creí.
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martes, 12 de diciembre de 2017

16. Pandora - No me dejes aquí.

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Me volvieron a dormir en Orizont para trasladarme a donde quisiera Galagor llevarme. En verdad ya daba igual a donde fuese, todo había sido en vano.
Cuando salí de la somnolencia producida por las drogas que me habían inyectado, mi cabeza protestó con un dolor agudo y mis músculos entumecidos y doloridos hicieron que me despejara entre pinchazos de dolor. El costado izquierdo aún me dolía por el golpe recibido en la pelea pero era soportable. Me tomé mi tiempo para ver donde estaba esta vez y descubrí que bien podía ser una celda de contención como la de Orizont. Por desgracia, era más que eso. Las paredes eran de un blanco tan puro, que mis ojos tardaron en acostumbrarse. Estaban acolchadas. ¿Por qué acolchadas? A no ser...Suelo blanco. Un pequeño cubículo con una pared a media altura que era el baño. Cama con sábanas blancas pegada a la pared. Colchón duro. Ambiente casi estéril, pared de cristal a lo largo de la mitad de la habitación con una única puerta sin pomo interior y una rendija para pasar las bandejas con comida. Creaba dos habitaciones, una de ellas era el cubículo con la cama donde me encontraba, y la otra era donde se encontraba la puerta de salida. Una única y pequeña ventana con barrotes por fuera se encontraba en la pared a la derecha de la cama. Si me ponía de pie podría mirar a través de ella.
El uniforme negro de Orizont, con el símbolo de una cruz azul y verde, había desaparecido. Ahora llevaba unos pantalones blancos y una chaquetilla con cintas para atarme los brazos a la espalda aunque ahora los tenía libres. Me habían vuelto a llevar al psiquiátrico pero este no era el de la última vez. Este era una jodida cárcel de seguridad máxima.
—Has despertado—Me giré de golpe y caí en la cuenta de que había una silla de metal en mitad de la habitación al otro lado del cristal, que comoel  la celda de contención, contaba con pequeños agujeros. En la silla estaba Galagor. Sentado de forma casual pero su mirada no era amable, no había venido a jugar.
— ¡Maldito hijo de puta! —Salté de la cama y golpeé el cristal con los puños. La pulsera de un metal suave y sin fisuras en mi muñeca derecha resonó contra el cristal y sentí un pinchazo de dolor. La pulsera tenía unas agujas que penetraban en mi piel. Me impedía usar mis habilidades, las bloqueaba.
— ¡Sácame de aquí!
Galagor no se inmutó. Ni si quiera hizo una mueca. Se mantuvo quieto, con su mirada fija en mí. Ambos nos miramos durante unos segundos. Con la rabia ardiendo en mis ojos y la calma helada en los suyos.
—Estás donde tienes que estar. Tú te lo has buscado—replicó con dureza sin cambiar de postura.
—No. No estoy loca. No debería estar aquí. No puedes encerrarme—Las palabras se atragantaban en mi garganta y la desesperación atenazaba mi cuerpo. 
—Si puedo—La tranquilidad con la que lo dijo fue atemorizante—. Debiste de haberte quedado quietecita y no haber metido las narices en mis asuntos. Ahora, has perdido tus privilegios y me veo obligado a internarte aquí.
—Serás hipócrita—Golpeé de nuevo el cristal e ignoré el dolor que los golpes producían en mis manos. Estaba demasiado enfadada, demasiado angustiada—. Has hecho un trato con Klein, se los has entregado ¿Cómo has podido? ¡Me prometiste que los dejarías en paz! ¡Hicimos un trato!
— ¡Y tú me prometiste que no te inmiscuirías en mis asuntos y me olvidarías hasta que yo necesitará usarte para algo! —Ahora fue Galagor quién grito y sus ojos ámbar brillaron con una furia que no conocía límites. Se levantó y caminó furioso hacia el cristal pero no me aparté—. Tú rompiste la promesa primero, Pandora.
— ¿Y qué querías que hiciese? Me amenazaron con entregarme a Orizont sino les llevaba a la chica y Orizont me habría torturado hasta la extenuación para sacarme la información de donde se encontraba el resto. No creía que fueses a ir en persona a por Ícaro. También creía que tu palabra valía más—Sentí las lágrimas acudir a mis ojos y amenazar con suicidarse por mis mejillas pero resistí. No quería que me viese así.
— ¿Le tienes más miedo a EFEO que a mí? —Estaba pegado al cristal. Centímetros de grosor nos separaban y aunque sabía que había un cristal entre nosotros quise retroceder. Parecía tan peligroso, como si fuera a extender una mano y ahogarme por el cuello en cuestión de segundos—. He respetado el acuerdo que hicimos durante años. Mi plan con Orizont era distinto. Si no te hubieses metido en medio, no tendría por qué haberles dado la información de tus otros tres amiguitos. Pero como siempre, tenías que tomar la decisión incorrecta. No me eches la culpa de tus errores, Pandora. Yo asumo los míos, asume tú los tuyos.
— ¿Por qué no me has usado para tus planes en todo este tiempo? —pregunté aunque no estaba segura de querer saber la respuesta. Sabía que no iba a conseguir que cambiara de postura. Sabía que todo estaba perdido y aun así ¿Por qué una parte de mí seguía teniendo una chispa de esperanza?
—Porque sabía que si te sacaba a alguna misión te escaparías. Prefiero tenerte encerrada, que persiguiéndote por medio mundo—Se dio la vuelta y se encaminó hacia la salida.
— ¡¿Entonces por qué no me matas de una vez?! —Las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas. No pude detenerlas.
Se giró y sus ojos encontraron los míos.
—Adiós, Pandora.
Sus pasos le llevaron hasta la puerta de salida. Si se iba no le iba a volver a ver. Nadie me iba a ayudar allí. Todo lo que dijera lo interpretarían como delirios. Me llenarían de pastillas, métodos extremos y me mantendrían bajo llave. No podría salir. No podría salvar a mis amigos, la única familia que me quedaba y a la que había renunciado a ver para proteger.
—No me dejes aquí—Mi voz se quebró. Galagor abrió la puerta—. Por favor, Leonel...
Salió por la puerta sin mirar atrás y ésta se cerró tras él. Me dejé caer entre lágrimas al suelo, apoyándome contra el cristal. Enterré la cara entre mis manos y lloré, desconsolada y sola. 

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miércoles, 6 de diciembre de 2017

15. Ariel - Demasiado bueno para ser cierto

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El viaje en coche duró media hora. Yo iba sentada en el asiento trasero mirando el paisaje desde la ventanilla. La mañana era soleada y todo parecía iluminarse con un brillo intenso. Supongo que era la percepción que tenía después de haber pasado horas y horas sin ventanas y sometida a condiciones inhumanas.
Música popular del momento sonaba en la radio, rompiendo el silencio del coche. El conductor, que dudaba que fuese Artyom pero por alguna misteriosa razón se parecía a él, permaneció callado y seguí su ejemplo. La música tomo el turno de palabra por nosotros pero no la escuché. Estaba demasiado ensimismada en mis pensamientos, en lo que estaba pasando, en lo que había pasado, en lo que no recordaba...¿Aquel hombre sería de fiar? ¿Quería información? ¿Por qué me había sacado de allí? ¿A dónde me llevaba?
El vehículo se detuvo en una zona residencial de lujosas casas grandes, chalets de varios pisos, piscinas y zonas verdes. Aquello era una de las zonas de gente adinerada de la ciudad, en las afueras. El motor se paró y el hombre se bajó del vehículo y me abrió la puerta.
—Vamos, que no muerdo.
Comprendí que lo decía a modo de broma en plan amistoso pero con el rostro de Artyom y sus rasgos, aquella frase me pareció siniestra. Me desabroché el cinturón y salí del coche, pisando el cemento de la calle con los pies desnudos. El suelo estaba caliente por el Sol, era una sensación agradable. No-Artyom cerró el coche y se dirigió a las puertas de un gran chalet. Cuando pasé por la entrada, me di cuenta de la magnitud de la vivienda y de su hermoso jardín. La hierba estaba verde, como recién cortada y las gotas del rocío de la mañana brillaban bajo los rayos de luz. Algunos setos rodeaban los extremos de un pequeño camino de piedras que llevaba hacia la casa y hacia la parte de atrás de lo que sería la continuación del jardín. Un manzano y otros árboles que no pude identificar decoraban el espacio de la entrada, bien cuidados y podados. Además algunos círculos de flores moradas, amarillas y rojas, se desperdigaban por el césped. Las vallas que delimitaban la casa estaban cubiertas por enredaderas. Era precioso.
—Bonito ¿eh? Cuesta cuidarlo pero merece la pena—dijo el hombre con orgullo y regocijo.
Asentí y seguí caminando sin dejar de admirar aquel espacio de ensueño. La fachada de la casa estaba pintada de un amarillo pálido. La puerta era de madera y se notaba que estaba cuidada, casi como si fuera nueva y la hubieran traído ese mismo día. Me encontré deseosa de entrar en la casa, solo para ver que maravillas escondía. Si el exterior era así, el interior no podía ser peor.
Mi anfitrión abrió la puerta con unas llaves que se guardó en el bolsillo y me invitó a entrar. Pasé con más ilusión de lo que pretendía y desde luego el interior no defraudaba. La casa contaba con suelos de madera barnizaba, paredes de un blanco roto y un mobiliario exquisito. Era como si el mejor decorador de interiores hubiera dedicado su vida a decorar aquella casa. Toda ella contaba con una iluminación preciosa. El vestíbulo era amplio, con armarios bajos sobre los cuales había un cuenco de vidrio de distintos colores y algunas figuras de animales hechas de distintos materiales; un perchero con varios brazos de los cuales había colgados algunas chaquetas, un espejo de formas sinuosas, unas láminas con paisajes de lugares del mundo que quitaban la respiración. El salón se abría a la izquierda. Amplio y por lo que pude vislumbrar con sillones altos con orejeras, lo que parecía una chimenea, una mesa de cristal con...
—Vaya, veo que te gusta mi casa. Me alegro de que mi gusto decorativo te complazca—Sonrió con amabilidad y me indicó a la derecha—. Vamos a la cocina.
Le seguí mirando a todos lados y entramos en la cocina. Otro sorprendente lugar. El suelo era de granito, los muebles de colores granate y distintos marrones y tonalidades de negro. Una mesa con cuatro sillas se situaba en un extremo, cerca de la entrada del vestíbulo y en el otro extremo, una gran mesa americana, con cajones en la parte baja y la superficie de piedra negra. Armarios y utensilios precisamente colocados llenaban el espacio. Un reloj grande y moderno presidia la estancia.
—Bueno, Ariel. Es un placer tenerte como invitada—Comenzó el anfitrión—. Siento mi aspecto, sé que debes de estar confundida. Es una máscara de distorsión que me hace adoptar la apariencia de otra persona a través de una muestra de su ADN...—Debió de  ver mi cara de estupor—. Vale, no tienes ni idea de lo que te estoy hablando. No pasa nada. Ya llegaremos a eso.
Fue hacia la mesa americana y repiqueteó sus dedos sobre la superficie.
—La cuestión es que no soy Artyom. Me llamo Leonel—Hizo una pequeña reverencia—. Sé que tienes infinidad de preguntas y te las solucionaré todas pero no ahora. Tengo un asunto del que encargarme antes de dedicarte toda mi atención y tiempo. Lo que haremos será lo siguiente. Arriba hay uno de los baños en los que podrás darte una buena ducha, que seguro que lo estás deseando. También te he dejado algo de ropa de...la hija de un amigo, que creo que te servirá. Mientras subes y te duchas, te prepararé un desayuno excelente y te lo dejaré aquí. Luego me iré a encargarme de ese pequeño asunto que tengo que solucionar. Puedes explorar la casa si quieres, ponerte la televisión, llamar a tu familia para decirles que estás bien. Lo que quieras. Cuando vuelva, podrás preguntarme lo que quieras. ¿De acuerdo?
Siendo sincera, no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Aquel hombre disfrazado de Artyom estaba siendo tremendamente amable y complaciente conmigo. Comida, ropa, un sitio agradable y acogedor...¿Aquello era real o lo estaba soñando? Sentí como se me cargaba la cabeza con tantas preguntas y llegué a la conclusión de que necesitaba un tiempo para estar a solas y centrarme.
—Si, está bien—respondí asintiendo con la cabeza.
—Genial. Sígueme.
Salimos de la cocina por otra salida y subimos por una escaleras. Llegamos al piso de arriba que era igual de grande que el de abajo. Había otro saloncito con algunas alfombras, una televisión de plasma...No me dio tiempo a contemplar todo porque entramos en el baño. Amplio y limpio, el baño se me antojó como una salvación. Realmente necesitaba una ducha. Había toallas blancas y de aspecto suave y perfumado. Una ducha con hidromasaje, un lavabo enorme, un espejo de igual tamaño.
—Aquí esta la ropa—Señaló un pequeño taburete que era donde descansaba las prendas dobladas—. El resto de cosas imprescindibles están en la ducha. Te dejo para que te pongas a gusto y te veo en un rato.
—Claro...Muchas gracias—Sonreí de oreja a oreja y el hombre me respondió igual. Salió del baño cerrando la puerta tras de sí.
Me giré y me miré al espejo. Tenía un aspecto terrible. Parecía sacada de una fiesta cutre de Halloween. Miré a mi alrededor, cerré los ojos y respiré varias veces. Cuando los volví a abrir había tomado una decisión. Me ducharía, quizás comería algo y después me largaría de aquella casa. No sabía quién era aquel tipo, ni lo que me iba a hacer y por muy amable que fuera, no iba a quedarme para averiguarlo. Después de las locuras de los últimos días había aprendido que la maldad se esconde tras una sonrisa sincera.

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