Era uno de esos días en los que todo lo veía en blanco y negro. A pesar de que el Sol se alzaba brillante sobre el cielo, los rayos no llegaban a rozarle la piel, a iluminar sus ojos. Uno de esos días en los que todo parece un poco más difícil, un poco más imposible. Los sueños se desdibujan y las inseguridades salen de las sombras para acariciarla.
Se miró al espejo y su reflejo le devolvió una mirada lúgubre. Las ojeras parecían más profundas, la piel más pálida, el pelo más despeinado. Uno de esos días en los que no sabía si quería hacer cosas o estar tumbada en la cama mirando el vació existencial que se dibujaba en el techo de su habitación. No había ninguna razón en especial para que ese día fuese así. No había pasado nada en especial. Ningún evento había causado las ondas en el agua del estanque. Simplemente, era uno de esos días. Los monstruos de la mente deciden bailar por los rincones más oscuros, y ella, espada en mano, con resignación trata de ahuyentarlos de nuevo.
Curiosamente en ese estado de malestar mental, uno de los
primeros mecanismos de defensa era ponerse con los estudios y obtener
resultados productivos de sus acciones para sentirse a gusto momentáneamente.
El segundo mecanismo de defensa era escribir. Poner los pensamientos en
palabras los dotaba de forma y sentido. Los situaba en un lugar concreto, les
daba voz, los racionalizaba. Dejar la mente fluir tratando de remover filtros
era un asombroso y reconfortante ejercicio que había perdido la costumbre de
realizar y le pasaba factura.
Ella sabía que era temporal. Uno de esos días, de esos
malditos días, en los que todo está más oscuro y la noche dura más que el día.
Sabía que pasaría y también sabía que llegarían más días como ese. Hay cosas
que no se pueden evitar ni solucionar. Y por muy fuerte que se hubiese vuelto,
la ansiedad y la inseguridad no la dejaban tranquila. Tozudas como tozuda su
determinación de estar bien, era un tira y afloja que no siempre conseguía
ganar.
Solo tenía que esperar a que la tormenta pasara y el mar
volviese a estar en calma. Los truenos y rayos parecían no tener fin, la
negrura del cielo era cada vez más amenazante y las olas no paraban de crecer. Al
fin y al cabo, era uno de esos días.
0 comentarios:
Publicar un comentario