viernes, 6 de abril de 2018

26. Samantha - La curiosidad mató al gato.

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Lluvia. Una constante e irritante lluvia sin fin. No había hecho otra cosa que llover desde hacía más de una semana. Odiaba el tiempo londinense con toda mi alma.
Me recliné sobre los cojines de la cama deshecha mientras agarraba la taza con té verde que tenía en la mesilla y le daba un buen trago. Una popular serie de televisión desfilaba por la pantalla de mi portátil, mi móvil estaba en silencio, y yo disfrutaba de un poco de tiempo para mi sola. La búsqueda de un nuevo trabajo seguía sin dar sus frutos y me agobiaba cada vez más pensar que tenía que seguir con el trabajo mal pagado, en el que me explotaban, en una cafetería del centro de la capital inglesa. Una carrera y un máster para acabar sirviendo cafés en la próxima Venecia, si seguía lloviendo con esa intensidad.
Suspiré dándome cuenta de que no me había enterado prácticamente de nada del capítulo que estaba viendo. Sacudí la cabeza y le volví a dar al inicio. Echaba de menos mi vida en los Estados Unidos.
No habían pasado cinco minutos, de los cuáles si me había enterado, cuando sonó el estridente timbre del pequeño loft. Levanté la cabeza alertada por el sonido. El timbre volvió a sonar con insistencia. Paré la serie y me levanté extrañada de la cama. No esperaba a nadie, ni a nada. Con paso rápido alcancé la puerta, miré por la mirilla y tomé una decisión precipitada de la cual probablemente me arrepentiría en las próximas 24 horas.
Cuando abrí la puerta, me encontré con una chica joven, unos años mayor que yo, de pelo azul, con un abrigo sucio de un par de tallas más grandes de las que debería, unos pantalones que parecían de hospital y unas deportivas igual de sucias que el resto de la ropa. Estaba parcialmente mojada y con los ojos enrojecidos. No me corté al mirarla de arriba abajo, con curiosidad y confusión al mismo tiempo.
— ¿Samantha Blacknight? —Sus ojos me recorrieron de arriba abajo y me pregunté qué pintas debía de tener. Con el pelo recogido en una especie de moño, unos short de gimnasio y una camiseta blanca ancha y sin mangas con el mensaje “I love NY” en el centro.
El problema era el siguiente. La chica me había llamado por mi nombre y apellido real pero llevaba sin usarlos desde que me fui de América y adopté otro nombre y apellidos para proteger mi identidad y llevar una vida normal y a salvo. Nadie tenía que saber mi nombre original.
—Si…—dije vacilante a la espera de recibir más información. Podía aparentar una postura relajada pero estaba lista para entrar en acción si fuese necesario.
— ¿Está Alexander también aquí? Sois Ouroboros ¿no? —Las palabras salían rápidas de su boca. Estaba nerviosa, quizás algo asustada. Yo también estaba empezando a ponerme nerviosa y tensa. La chica debió de percibirlo en mi rostro porque se mordió el labio antes de continuar.
—Necesito vuestra ayuda.
Ahí fue cuando supe que estaba perdida. Era incapaz de rechazar un grito de auxilio. No solo era la curiosidad lo que me empujaba para adelante, sino mi complejo de heroína. Lo había discutido largo y tendido con los psicólogos por los que había pasado. Uno cree que lo ha superado hasta que el problema llama a su puerta, literalmente.
— ¿Cómo te llamas? —Me sorprendió la firmeza de mi voz y la autoridad con la que lo dije. Al menos los años que habían pasado me habían sentado bien.
—Pandora—respondió clavando sus ojos en los míos.
Abrí la puerta echándome a un lado. Le indiqué que pasará al interior y cerré la puerta detrás de ella. Echó un vistazo al interior del apartamento con inquietud. Lo cierto es que no era muy grande. Contaba con un saloncito, con un sofá y un pequeño sillón. Una televisión algo antigua, unos amplios ventanales, una columna en medio, y una pequeña cocina situada a la izquierda, con una mesita redonda y dos sillas compradas en un mercado callejero a un precio increíble. Un pequeño pasillo llevaba al baño y a su derecha el dormitorio. Ya está. Sweet, sweet home.
—Siéntate—Le indiqué una de las sillas al lado de la mesita redonda—. Te prepararé un café si quieres.
La chica asintió y se dirigió a la mesa. Se quitó el abrigo y lo puso sobre el respaldo. Hice una nota mental de quemarlo lo antes posible. Se sentó con suavidad y apoyó las manos en la superficie de madera.
— ¿Está bien la calefacción? ¿Quieres que la suba? —Comencé a sacar el café, la cafetera y los utensilios para prepararlo todo.
—No, está bien. Gracias—Una corta sonrisa se dibujó en su rostro rápidamente reemplazado por la expresión de preocupación que traía.
Llené de agua la cafetera, puse el café y a la vitro a que se calentara.
—Bueno, Pandora. ¿Qué tal si me cuentas de que va todo esto? Estoy un poco confundida…y preocupada. Hace mucho que no recibo visitas tan…intempestivas—Me esforcé en parecer amigable pero seria. Aquello no era una broma y si Ouroboros estaba expuesta, muchos problemas podrían avecinarse.
—Lo cierto es que no lo sé. Mi…—Vaciló por unos segundos—. Amigo me ha traído aquí y me ha dicho que te pidiera ayuda a ti y a tu padre. A Ouroboros. Que vosotros podríais ayudarme y que me fuera del país lo antes posible.
— ¿Tu amigo? —Me apoyé en la encimera y crucé los brazos—. Voy a necesitar que me des más detalles. Cuéntame una historia, me encantan.
Sonreí ampliamente. La chica captó el mensaje. Tampoco había nacido ayer, no me andaba con tonterías, las cosas claras desde el principio.
Pandora comenzó a relatarme una interesante historia. Sobre EFEO y cómo la habían sacado del psiquiátrico en el que estaba para rescatar a una chica, con el nombre en clave Ícaro, de las garras de Orizont. La cosa se había torcido porque una misteriosa organización, que Pandora conocía personalmente por un turbulento pasado, también quería a la chica y mandaron al segundo al mando a por ella. La operación había resultado en un fracaso, Orizont la apresó pero su amigo, el segundo al mando, la sacó para meterla de nuevo en un psiquiátrico. Sin embargo, por circunstancias que desconocía, la habían trasladado a Londres donde su amigo la había liberado y traído hasta mi puerta. Creía que alguien la estaba persiguiendo, alguien muy poderoso. La querían para algo y no sabía el qué. Tampoco sabía que había sido de Ícaro.
La historia era digna de una película o libro de acción pero era alarmante. Sobre todo porque hacía un par de semanas que yo había atendido a una entrevista de trabajo para un proyecto de máxima seguridad y secretismo en Orizont. Había oído rumores sobre la corporación y sus posibles actividades de dudosa legalidad pero no me imaginaba que llegaran a tales extremos. No me habían cogido en el trabajo y eso que el sueldo era excelente. Lo alarmante era que después de dos semanas de la entrevista, alguien de una peligrosa organización criminal, hubiese traído a mi puerta, una chica por la que obviamente se preocupaba, para que la ayudase y supiera los nombres reales de mi padre y de mí. Llevaba sin usar ese nombre desde hacía cuatro años.
— ¿Samantha?
La voz de la chica me sacó de sus pensamientos y me devolvió a la realidad. Ya había servido las dos tazas de café. Pandora estaba acabándose la suya.
—Perdona. Lo que me has contado es…es una putada—Sacudí la cabeza. No iba a cometer el mismo error que años atrás. Iba a pedir ayuda—. Te creo y creo que no eres la única que está en peligro. Por desgracia, yo no tengo el poder ni los medios para ponerte a salvo o lidiar con esta situación pero conozco a alguien que sí.
Pandora me miró con sus bonitos ojos verdes. Estaba preocupada pero al menos, ya parecía algo más tranquila. La palidez, ojeras y delgadez de su cuerpo eran preocupantes pero teniendo en cuenta las condiciones en las que la habían tenido, era comprensible.
— ¿Qué te parece si te das una ducha y te presto algo de ropa? Yo mientras haré una llamada—Lo cierto es que me veía reflejada en la chica. Había estado en su misma situación hacía mucho y sabía lo que se sentía.
—Sería genial—Se levantó con los ojos brillantes por las lágrimas—. Muchas gracias.
—El baño está al final del pasillo—Sonreí—. Te dejaré algo de ropa mientras te duchas.
Pandora asintió. Salió de la cocina, entró en el baño y dejó entornada la puerta. Me dirigí a mi cuarto, abriendo el armario y buscando algo de ropa para la chica. Tenía más o menos mi constitución, así que probablemente encontraría algo que la sirviese. Al final encontré unos vaqueros viejos, con rotos en las rodillas, una camiseta básica negra con manga corta y una sudadera gris que no me ponía desde hacía mucho. Cogí algo de ropa interior, abrí la puerta del baño y dejé la ropa sobre el váter. Cerré la puerta, saqué el móvil y marqué un número. Comencé a dar vueltas por el salón hasta que me cogió la llamada.
— ¿Kayser? ¿Te pillo bien? —Esperaba no interrumpir nada.
— ¡Sam! Claro, no pasa nada—Sonreí al oír su voz. Hacía algún tiempo que no hablábamos. Algunos mensajes de texto pero nada de voz—. ¿Qué tal todo? ¿Pasa algo?
—Lo cierto es que sí—Me mordí el labio porque no quería molestar. Si estaba con trabajo, no quería ser una distracción—. Ha pasado algo, es importante. Te necesito.
—Sam, me estás preocupando—El cambio en su voz fue tan notable que un escalofrío recorrió mi espalda—. ¿Estás bien?
—Sí, sí, estoy bien. No te preocupes—Le relaté brevemente la historia de la chica, para que se hiciese una idea. Sabía que era mejor contarle todo, sin secretos.
—Vale. No estoy en Inglaterra ahora mismo pero estaré allí lo antes posible—Oí una serie de ruidos al otro lado—. Perdón. Iros a mi apartamento allí ¿de acuerdo, Sam? Tienes la llave. Prefiero prevenir, que curar. Allí estaréis seguras hasta que yo llegue. Si una persona ha descubierto donde vives, significa que más pueden hacerlo.
—De acuerdo. Nos iremos en seguida ¿Aviso a Alexander? —Me mordí el labio, incómoda. La relación entre mi padre y Kayser no era la mejor en este momento. Quizás alarmar a mi padre no era la mejor opción tampoco.
—No, no creo que sea necesario. Ya sabes cómo se pone, no quiero que la lie más. Yo me encargo de que estéis a salvo—respondió sin dejar lugar a una réplica. Estaba de acuerdo, no era necesario llamar demasiado la atención y Alexander podía reaccionar de forma exagerada.
—Okey. Te veo en nada—dije para finalizar la conversación.
—Estaré en Londres lo antes posible—Oí como respiraba profundamente—. Ten cuidado ¿vale?
—Siempre lo tengo—dije con burla—. Cuídate tú también, que nos conocemos.
Oí una breve risa y luego la llamada se cortó. Me había quedado mucho más tranquila. El agua de la ducha había dejado de correr. Volví a entrar en mi habitación y comencé a llenar una maleta para llevármela al otro apartamento. Nunca se sabe cuánto tiempo iba a estar fuera. Al menos aún me quedaban unos cuántos días de vacaciones aunque tenía la sensación de que se iban a prolongar indefinidamente.
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