lunes, 29 de enero de 2018

21. Yo soy la pesadilla

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El humo de la última calada al cigarrillo se disipó en el soleado ambiente del mediodía. Dedral tiró la colilla a la papelera más cercana mientras se encaminaba a la tienda. Abrió la puerta a pesar del cartel de “Cerrado” que colgaba por dentro. No había nadie. Las luces estaban apagadas. Los animales se movieron inquietos en sus jaulas a su paso por la tienda. No les prestó atención. Accedió a la parte de atrás del establecimiento, donde iba a tener lugar la reunión, una reunión a la que no estaba previsto que él acudiera.
La puerta se cerró tras él. Los invitados que él buscaba ya habían llegado. Hacía mucho que no les veía y sin embargo les reconoció sin problemas. Aún jóvenes, aún imprudentes. Los antiguos amigos de Pandora, los amigos que la traicionaron y pasaron a trabajar para él. La habitación correspondía a la parte de la tienda donde atendían a los animales. Una especie de quirófano para las mascotas. Paredes azuladas, muebles blancos, material médico, flexos blancos en el techo. Un ambiente frío e impersonal. Justo lo que Dedral quería.
—Buenas tardes, me alegra ver que sois puntuales—Saludó situándose enfrente de los dos jóvenes.
Ambos le miraron con sorpresa. Heather, la chica, alzó las cejas con asombro. En su habitual aspecto de niña rica y consentida estaba más alta, con la piel bronceada, el pelo más largo y sin embargo, los mismos ojos de arpía. Simon, su hermano, seguía igual de delgado pero con un aspecto más saludable y más maduro, por así decirlo. Dedral les escaneó rápidamente, sin sorpresa alguna.
—Dedral—comenzó Heather—. ¿Qué haces aquí? Se supone que íbamos a reunirnos con alguien de Orizont, según las órdenes que nos mandaste. Sebastian aún no ha aparecido…
— ¿Ha pasado algo? —Simon, que era un poco más perspicaz, habló con inquietud—. ¿Ha habido un cambio de planes?
—Oh si, definitivamente un cambio de planes—Dedral esbozó una sonrisa demasiado siniestra—. No os preocupéis por Sebastian, yo le dije que no viniera hoy.
—Dedral… ¿Qué está pasando? —La voz de Heather tembló un poco a cause del miedo. Retrocedió un paso inconscientemente. La habitación pareció volverse más oscura y hostil sobre Heather y Simon.
—Hemos hecho lo que nos mandaste—Se justificó Simon sin comprender la situación.
—Lo sé, lo sé—Dedral asintió con falsa comprensión—. Pero veréis, me he cansado de vosotros. Lo he pensado mejor y no creo que esto vaya a funcionar. Después de todo, siempre fuisteis un cabo suelto.
Heather y Simon se quedaron congelados. El aire salió de sus pulmones y la certeza de que no iban a salir de allí fue comiéndoles con dientes afilados por dentro.
—Dedral, podemos hablarlo con tranquilidad. Llegar a un acuerdo—Simon había tomado una decisión. Una muy estúpida y poco eficaz.
— ¿De verdad, Simon? ¿Tú crees? —El sarcasmo en su voz adelantaba lo que Dedral ya sabía que iba a pasar. Lo había leído en la mirada de Simon, en la postura de su cuerpo. Era justo lo que esperaba que hiciera. Ni si quiera se movió. Simplemente esperó, con una paciencia ansiosa, el momento.
Simon se precipitó sobre Dedral. En un movimiento audaz, desesperado y, como Dedral sabía, muy estúpido. Quizás consiguiera aturdirle o quizás, desestabilizarle y Heather atacaría después. Quizás podrían escapar vivos. Pero ninguno de esos "quizás" ocurrió. Dedral sostenía un bisturí en su mano derecha que había cogido al entrar pero del que ninguno de los jóvenes se había percatado. Bastó con un puñetazo con la mano izquierda en la mandíbula de Simon para derribarle al suelo antes de tocar a Dedral. Éste le agarró de la camisa y le levantó sin esfuerzo hasta la altura de sus ojos, y con un movimiento certero, le clavó el bisturí en el cuello. Justo en la arteria. Simon trató de decir algo pero fue incapaz de emitir sonido alguno. La sangre comenzó a brotar de la herida. Dedral le soltó, dejándole caer al suelo, mientras el chico se agarraba la herida entre convulsiones.
Heather estaba en estado de shock. Cuando vio a Dedral dirigirse hacia ella, trató también de atacar pero ya era demasiado tarde. Dedral le empujó contra la pared e hizo tambalear un espejo que había en ella. Se pasó por los labios uno de los dedos manchados de la sangre del hermano de la chica y se los relamió con un brillo en los ojos y una mueca de deleite y satisfacción que provocó nauseas en Heather. Dedral le agarró por el cuello con la mano ensangrentada y le presionó contra la pared. Simon aún se retorcía en el suelo, formando un charco de sangre carmesí. Heather se movía como pez fuera del agua, tratando de coger bocanadas de aire mientras la mano firme de Dedral le apretaba cada vez más. Trató de arañarle o golpearle pero fue en vano.
—Esto no es una pesadilla—Los ojos azul hielo de Dedral contemplaron como la vida se extinguía en las pupilas de la chica—. Yo soy la pesadilla.
Dejó caer el cuerpo sin vida de Heather sobre el suelo. Se volvió para comprobar que Simon yacía inerte también. Problema solucionado.
Dedral sacó la cajetilla de tabaco de uno de sus bolsillos junto con un mechero y se encendió otro cigarro. Sorteó los cuerpos entre calada y calada y abrió el grifo de una de las pilas. Con el cigarro entre los dientes se lavó las manos y cerró el grifo. Giró la cabeza. Frunció el ceño. ¿Eran...gemidos lo que oía? ¿Lloriqueos? Se secó las manos en el pantalón mientras iba hacia la puerta cerrada que daba a la otra habitación con jaulas para los animales en recuperación y equipamiento de la tienda. Con el cigarro en la mano, abrió la puerta y dio con la fuente de los lloriqueos. En una jaula espaciosa, con una cama y mantas, había un Pitbull, negro y blanco, de un año, temblando de miedo.
—Eh, amigo. ¿Qué pasa? —Dedral se agachó y el Pitull retrocedió en el sentido opuesto.
Cigarro en los labios. Exhalación de humo. Dedral se levantó y encontró una de las bolsas con comida para perros. La abrió con poco esfuerzo y cogió un puñado del alimento. Regresó donde el pitbull y abrió la puertecita.
—Vamos, pequeñín. Soy de fiar—Sonrió mientras introducía la mano con la comida. El pitbull, reticente, no se movió. Al fin, comenzó a olisquear y acercándose a la mano del hombre, comió algunas de las galletitas. Dedral dejó caer la comida al suelo y le acarició con delicadeza.
—Eso es. Buen chico—dijo mientras el cachorro le lamía la mano—. Ven aquí, chiquitín. Te vienes conmigo.
Sacó al cachorro que se dejó coger y le fue acariciando y meciéndole como si fuese un bebé. Justo cuando salía por la puerta, se abrió la que daba a la tienda y Artyom seguido de dos soldados de Orizont aparecieron por la puerta.
— ¿Qué cojones? —Se detuvo en la entrada de la trastienda contemplando los cadáveres.
—Has llegado demasiado tarde—Dedral soltó el humo del cigarro, mientras sostenía al cachorro con un brazo.
— ¿Quién coño eres tú? —Los dos soldados vestidos de calle sacaron dos armas y le apuntaron. Dedral ni se inmutó.
—Dile a Klein que quiero reunirme con él—Contestó Dedral mientras el cachorro le mordía la camiseta por diversión—. Soy el que envió a Galgor a haceros una visita.
—El trato eran los chicos. Vivos—Replicó Artyom molesto pero con una actitud más precavida. Si era quien decía ser, era mejor no enfadarle.
—El trato ha cambiado— Se dirigió a la encimera de su derecha y dejó al perro con suavidad. Sacó un trozo de papel de uno de los bolsillos del pantalón y se lo entregó al hombre rubio. Volvió a coger al pitbull en brazos.
—Recoge los cuerpos y dile a tu jefe que me contacté a este número—Dedral se dirigió a la salida ignorando al hombre y sus guardias.
—No trabajo para ti—Artyom le miró irritado antes de que le pasase.
Dedral esbozó media sonrisa.
—Y da gracias por ello. Si trabajarás para mí te habría descuartizado por dejar que Galagor se llevara a Ariel.
— ¿Qué vas a hacer con el perro? —Esta vez fue más preocupación que indiferencia lo que Artyom tenía. Dada la escena en la clínica...
—Adoptarlo—Dedral lo dijo como si fuera obvio—. ¿Qué te crees? ¿Qué soy un monstruo?
A las palabras las secundó una breve risa que se perdió cuando Dedral se alejó hacia la salida. Una risa que hizo a Artyom estremecerse.


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