Hay un rey que gobierna este
dantesco sitio. Un Rey al que llaman Dios.
Os llevarán hasta los mismísimos confines
del Infierno y llamaran a sus puertas de hierro oxidado y corroído. Pasad con
la cabeza alta y suplicad, suplicad para que ese Rey os deje vivir un solo
segundo más.
Suplicad para no ser torturados
hasta que olvidéis como se sentía vivir sin dolor. Suplicad para que el juez,
jurado y verdugo que gobierna ese páramo de desolación, se ría en vuestra cara
y os encierre bajo llave para su diversión.
Apenas recuerdo ya como se sentía
respirar aire limpio y no humo y cenizas. He olvidado ya los rayos del Sol
acariciar y besar mi piel. Ni siquiera recuerdo como llegué aquí, ni quién soy,
ni quién fui. El horror ha pasado a formar parte de mi ADN y ya no sueño, solo
reproduzco nuevas y elaboradas pesadillas una y otra vez.
Hubo un tiempo en el que albergué
esperanza pero cuando miré a lo más hondo de los ojos de aquel “Dios”, supe que
jamás saldría de allí. Mi esperanza se suicidó.
Siento deciros que he de
finalizar este relato. Vienen a por mí los siervos del Rey para llevarme a la
sala de ejecución. Al fin todo acabará y aun así, no quiero morir. Violé los
términos de mi condena y el precio a pagar es la muerte.
Que al menos quede escrito en
tinta y papel, que morí por escribir.
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