jueves, 22 de marzo de 2018

24. Pandora - Dime que está muerto.


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Me moría de frío. La humedad en aquel sótano era insoportable, la podredumbre y el moho invadían la mayoría del espacio. La piedra ennegrecida no ayudaba a sentirme más cómoda y las pintadas de grafitis descoloridos eran deprimentes. Aún seguía con la ropa del psiquiátrico la cual era extremadamente fina. Me habían dado como gesto compasivo un abrigo y unas deportivas pero aun así no tenía calefacción de ningún tipo, la comida que me daban era absurdamente poca y solía tener una botella de agua de medio litro para todo el día.

Por alguna razón que aún no comprendía me habían sacado del psiquiátrico donde Leonel me metió. Hombres armados, sin ningún tipo de identificación. Me sedaron antes de salir del psiquiátrico y me desperté en este asqueroso sótano. En una celda de contención con paredes transparentes que se habían tomado la molestia de montar. El único sonido que oía era el repiqueteo de la lluvia. Incluso había goteras y el agua se filtraba por las paredes, lo cual no ayudaba con la humedad ni el frío. No sabía cuánto tiempo llevaba encerrada. Una pequeñas rendijas permitían que algo de luz entrara pero era difícil distinguir la noche del día. ¿Por qué estaba allí? ¿Por qué Leonel había hecho que me trasladaran? No le había visto. El hombre que me traía la comida y el agua se negaba a responder a mis comentarios, insultos e improperios, lo cual resultaba sumamente frustrante. Me sentía como un animal en una jaula. Además, temía coger una pulmonía o caer en la hipotermia.
Tirada en el mugriento colchón que venía con el alojamiento, apoyada en una de las paredes de plástico transparente, mi mente divagaba entre la inconsciencia y pensamientos inconexos sobre eventos del pasado. Fue entonces cuando lo oí. Disparos. Se oían amortiguados por las paredes pero sin duda eran disparos. Me incorporé como activada por un resorte. Tenía las piernas entumecidas y apenas sentía los dedos de las manos o los pies. Apoyé las manos en las paredes y alcé la cabeza siguiendo los ruidos. Gritos. Más disparos. Golpes fuertes. Una gran pelea estaba teniendo lugar o mi estado era tan malo que había comenzado a alucinar. El ruido se fue acercando. Los golpes comenzaron a sonar más cerca. Los disparos parecían efectuarse justo a la salida del sótano. Me situé en la pared más alejada de la puerta, aunque encerrada, poco espacio tenía para maniobrar. El ruido cesó. La puerta de metal del sótano se abrió de un golpe tan fuerte que chocó contra la pared haciendo saltar polvo y gravilla. Contuve la respiración por puro instinto y cuando mis ojos se encontraron con la persona que acababa de entrar, solté el aire con una confusión más grande que el frío que hacía.
Leonel. Se paró delante de la celda de contención. Hacía tiempo que no le veía así. Tan fiero. La ira ardía en sus ojos. Estaba cubierto de salpicaduras de sangre de pies a cabeza. Es más, la sangre le goteaba de las manos al suelo. Iba vestido de negro, con unos jeans y una chaqueta de cuero cerrada. La sangre seguía goteando. Su expresión era totalmente seria, tensa, fiera. Como un animal en pleno ataque, un animal cuya rabia no se puede contener.
—A un lado—Prácticamente gruñó la orden adelantándose un paso hacia la celda.
No hizo falta que me lo repitiera. Entendí al instante a que se refería. Me dirigí al otro extremo de la celda, donde se encontraba un váter de metal mal puesto en el suelo. Me di la vuelta y cerré los ojos. La explosión llegó poco después. Sentí el calor del fuego como si fuese una bendición. El olor del material de la celda quemado impregnó el ambiente.
Me giré justo cuando Leonel se acercaba a mí. Tragué saliva al verle tan imponente. Me miró de arriba abajo con rapidez.
— ¿Estás bien? —Su voz era áspera y autoritaria. No estaba de humor para juegos. No era mi mejor opción contrariarle ahora mismo.
Asentí un par de veces.
—Vamos. No tenemos mucho tiempo—Me agarró del brazo y tiró de mí.
Le seguí sin rechistar. Me costaba seguir sus grandes zancadas, sobre todo cuando apenas sentía las piernas y los pies. No fue hasta que cruzamos el umbral del sótano cuando fuí testigo de la masacre que había afuera. Parecía haber entrado en el circo de los horrores. La sangre bajaba como un pequeño río por las escaleras que conducían al sótano. Cuando subimos vi con consternación los cadáveres quemados y hechos prácticamente trizas de los dos guardias del sótano. Me negué a mirar más. La sangre pintaba las paredes y el techo. Vislumbré más partes de cuerpos, el olor a carne quemada era insoportable y el olor metálico de la sangre lo convertía en una mezcla tan desagradable que los ojos se me empañaron con lágrimas. Al final Leonel abrió una puerta y salí al exterior. Un dolor agudo atravesó mis ojos al exponerse a la claridad del día. Inhalé el aire puro como si fuese agua y las gotas de lluvia besaron mi piel. Un empujón de Leonel me sacó de aquel trance. Acabé metida en un coche de alta gama, de asientos negros de cuero. Olía a menta debido al ambientador que colgaba del espejo retrovisor.
Leonel arrancó el coche. El sonido del motor me reconfortó.
—Abre la guantera. Tienes una llave para quitarte la pulsera y un sándwich de jamón y queso. En caso de que tengas hambre—Su tono seguía siendo serio. No daba lugar a réplica.
Asentí mientras salíamos del callejón y procedía a abrir el compartimento. En efecto había una llave para el brazalete que inhibía mis habilidades. Era un rectángulo pequeño. Lo coloqué sobre la parte donde se unían ambos extremos del brazalete y con un click se separaron ambas partes de metal y pude quitármelo. Cogí también el sándwich y comencé a comérmelo con unas ganas que no creía tener.
—Leonel… ¿Qué está pasando? —Me atreví a preguntar pasados unos minutos.
Conducía con la mirada fija en la carretera. Imperturbable.
—Es muy largo de contar—Se limitó a contestar sin mover la cabeza.
— ¿Dónde estamos? —Decidí intentarlo al menos con información más básica aunque no entendía nada de lo que estaba pasando. Es más, creía que aún seguía en shock.
—Londres.
— ¡¿Londres?! —Casi salté en el asiento. Presté atención a la ciudad que se veía borrosa a través de los cristales mojados por las gotas de lluvia. ¿Qué coño hacía en Londres? Al menos eso explicaba el tiempo tan horrible y el frío pero ¿Londres? Estaba en Nueva York la última vez en el psiquiátrico.
No me había dado cuenta pero la calefacción del coche estaba activa. Un alivio instantáneo me recorrió y comencé a recuperar un poco el sentido en las extremidades con su consecuente dolor molesto pero no me importaba. Me había acabado ya el sándwich. Decidí seguir intentándolo.
— ¿A dónde vamos? —Le miré sin tener la seguridad de querer saber la respuesta. Se le había secado la sangre. Tenía el pelo negro azabache despeinado levemente, con sangre pegada también. A pesar del odio que le tenía, a pesar de lo mal que me lo había hecho pasar…estaba tranquila. Como si supiera que no me iba a hacer daño.
—A ponerte a salvo—Contestó mientras seguía sin apartar la mirada de la carretera. Alcé la vista con incredulidad.
— ¿Cómo? ¿A salvo? ¿De qué? ¿De quién? ¿De ti? —Las palabras salieron de mi boca sin ningún filtro. Mi mente estaba demasiado confusa con miles de preguntas que se mezclaban las unas con las otras.
Leonel soltó un suspiro.
—Creía que podía mantenerte a salvo de él. De verdad que sí. Creía que tenía el control, que nadie te pondría un dedo encima sin mi consentimiento—Percibí como sus nudillos se tornaban blancos de la fuerza con la que estaba apretando el volante—. No quería tener que llegar a esto…Tú seguridad es lo primero.
— ¿Qué? —Esta vez alcé más la voz—. ¿Mi seguridad? Me has tenido encerrada durante años en un maldito psiquiátrico. Destruiste mi vida y la de mis amigos. Eres un asesino en serie joder. ¿A qué coño viene lo de que mi seguridad es lo primero?
—No voy a discutir contigo sobre esto. Ni siquiera pretendo que me comprendas—Tragó saliva—. Hazme caso con lo que te voy a decir a continuación y estarás a salvo.
— ¿De quién? ¿De quién dices que no has podido protegerme? —Me volví hacia él en el asiento, irguiéndome para que me viera mejor—. Dedral está muerto, Leonel.
Su silencio fue lo único que obtuve por respuestas. Sentí un escalofrío.
— ¿Verdad? —Mi voz tembló con angustia.
El coche se paró. Choqué con levedad contra el asiento y me quedé de nuevo sentada mirando al frente.
—Hemos llegado —dijo con sequedad—. Sube al sexto piso, la puerta B y pregunta por Samantha Blacknight. Es la hija de Alexander Blacknight, actual líder de Ouroboros. Ambos forman parte de la organización, pueden ayudarte. Te protegerán ¿vale? Explícales tu situación, ellos te ayudaran.
—Dedral está muerto—Repetí como si no hubiese oído nada de lo que había dicho—. Leonel, dime que Dedral está muerto.
—Vete. Recuerda, Samantha, Ouroboros. Tienes que salir del país lo antes posible. No puedo hacer nada más ahora mismo—Ignoró mi demanda y el miedo comenzó a invadirme. No podía estar vivo. Le matamos, lo vi con mis propios ojos…
—Leonel…—Mi voz se quebró al ver la angustia en sus ojos, el miedo en ellos. Nunca le había visto así. A pesar de la sangre en su rostro y en sus ropas…parecía tan vulnerable. Mi corazón se encogió por un segundo.
—Por favor, Pandora. Sé que me odias y no voy a intentar obtener tu perdón a estas alturas. Sé que he hecho cosas terribles, imperdonables…sé que te he hecho sufrir y no me lo voy a perdonar nunca. Sé que…—Cerró los ojos y sentí como una tristeza me invadía de pies a cabeza—. Por favor, hazme caso esta vez. Solo quiero que estés a salvo.
— ¿Por qué hablas como si esto fuera una despedida? ¿Cómo si no me fueses a ver más? —Sentí las lágrimas llenar mis ojos. Mis labios temblaron. No quería que esto pasara.
—Lo siento por todo lo que he hecho—Sus ojos estaban brillantes por las lágrimas. ¿Leonel llorando? ¿Qué demonios…? —. Al menos creo estar haciendo lo correcto esta vez.
— ¿Qué vas a hacer? —Mis manos agarraron su brazo izquierdo—. Leonel…
Sus ojos esquivaron los míos y se fijaron en un punto lejano del paisaje borroso a través del parabrisas.
—Vete, por favor. Sal del coche. Ponte a salvo—Agarró el volante con fuerza de nuevo.
¿Por qué mi corazón dolía tanto al verle así? ¿Por qué aquello sonaba a despedida? ¿Por qué estaba creyéndome que lo estaba haciendo para protegerme? Estaba tan confundida…
—Pero…—Apreté las manos contra el tejido de cuero de la chaqueta. Sus ojos encontraron los míos y supe que no tenía elección. Tenía que hacerle caso. Por mucho que me doliera, por mucho que no entendiera la situación… Bajé la mirada apenada.
—Vale—susurré retirando mis manos de su brazo. Puse mis dedos sobre la puerta del coche. Se oyó un click que indicaba que estaban abiertas las puertas—. Ten cuidado…
Nunca creía que le fuera a decir esas palabras. La puerta se abrió y el sonido de la lluvia llenó el silencio.
—Pandora…—La voz de Leonel interrumpió mi salida.
Le miré a los ojos. No hizo falta que continuará la frase para saber lo que iba a decir. Mi estómago de cerró en un nudo imposible. Asentí levemente con la cabeza y un par de lágrimas se suicidaron por mis mejillas.
Salí del coche y cerré la puerta. La lluvia se mezcló con el agua salada que caía de mis ojos. Me dirigí al portal, puse las manos sobre los barrotes fríos de la puerta. Me concentré en la cerradura y pude abrirlas sin apenas esfuerzo. Abrí la puerta y miré atrás. El coche había desaparecido. Cerré los ojos un instante. Entré al edificio habiendo tomado una decisión. 

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