jueves, 1 de marzo de 2018

23. Ariel - Cuenta atrás.

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No sabía cuánto tiempo llevaba mirándome el brazo. Era como si mi cerebro fuese incapaz de juntar las letras y encontrar un significado. Había comenzado a temblar. Tenía un nudo en la garganta y un sabor metálico en la boca. Algo en mi mente luchaba por salir a la superficie. Lo notaba. Un ligero movimiento en las aguas, rozando la superficie. ¿Qué era? Como un déjà vu lejano. Un recuerdo escondido…
Parpadeé y pasé los dedos por el mensaje que había escrito con mayúsculas sobre mi piel.
“TODOS VAN A MORIR. SALVALOS. RÁPIDO”
Noté la ansiedad creciendo en mi interior. Algo iba mal. Muy mal. Me arrojé al baño de nuevo mientras me quitaba la camiseta por completo antes de pararme frente al espejo. Ahogué un grito. Mi reflejo me miro horrorizado.
“LEONEL. OUROBOROS. MUERTOS. BUSCA AYUDA. DEDRAL. ALEXANDER. ¡YA!”
Tenía todo el torso escrito, el vientre…Un pinchazo de dolor sacudió mi cabeza. Gemí y me incliné agarrándome al lavabo. Me faltaba el aire. Apreté la cerámica fría. Luché por unas bocanadas de aire. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Leonel…acaba de verle, acaba de estar con él…y entonces ocurrió. En un parpadeo, un flashback.
Sangre. Olor a fuego. Gritos. El hombre con el que acaba de hablar cayendo en un charco escarlata. Sus ojos inertes sin vida mirándome. Gritos. “¡No!” Una voz conocida pero que no identificaba llego a mis oídos. “¡Ariel, sálvale! ¡Sálvanos! Busca a Dedral, a Alexander, ayúdanos. ¡Por favor!”
Inspiré de golpe y solté el aire mientras me golpeaba con una pared. Abrí los ojos de golpe. Mi mirada de desesperación se encontró en el espejo en frente de mí. No hizo falta nada más.
Me puse la camiseta de golpe y salí corriendo del baño a toda prisa.
— ¡Dedral! —grité lo más alto que pude mientras enfilaba las escaleras—. ¡Dedral!
Salté los últimos peldaños de golpe y giré en la entrada de la cocina.
— ¡Dedral! —Grité de nuevo con angustia.
El hombre que tenía en frente de mí me miró consternado. Una mezcla de confusión y perplejidad se reflejaba en su rostro. Sin embargo no era lo único fuera de lugar. Llevaba solo unos pantalones vaqueros negros puestos. Estaba descalzo con el pelo mojado. La habitación también era distinta. Aquello no era la cocina. Observé con rapidez la estancia. Era una habitación de hotel, de tonos rojos y marrones. Lujosa, tenuemente iluminada, con una gran cama de matrimonio circular con sábanas rojas granate. Ninguna luz entraba por las ventanas, era de noche, una oscuridad impenetrable era todo lo que se veía. Una maleta de tamaño medio descansaba abierta sobre un mueble bajo al lado de la puerta cerrada del dormitorio. La moqueta de colores crema y rojizos cubría todo el suelo. Los muebles eran de madera suave y oscura, en perfecta armonía con el resto de la decoración.
— ¿Ariel? —La voz de Dedral se elevó con incredulidad.
Aparte por un momento el hecho de que estaba en un sitio completamente distinto al que acaba de estar y de que estaba flipando y terriblemente asustada.
—Van a morir. Todos—Me acerqué unos pasos a un Dedral expectante y tremendamente confuso—. Están en peligro. Necesito tu ayuda.
— ¿Qué? ¿Quiénes? ¿Qué haces…?
— ¡No! —Le corté sintiendo que el tiempo se acababa. Como si estuviera en una cuenta atrás—. Leonel está en peligro. Va a morir. Dedral, escúchame, lo he visto. No sé lo que está pasando exactamente, no sé ni quién eres ¿Qué coño hago en una habitación de hotel?
Giré sobre mí misma con una risa nerviosa en los labios.
—Ayúdame. Esto es importante. ¡Tenemos que salvarlos! —Le alcancé con un par de zancadas. Sus ojos azules clavados en mí con incredulidad. Le agarré del brazo—. ¡Confía en mí!
De repente sentí como me empujaban contra una especie de tarima que me golpeó en la parte baja de mi espalda. Exclamé con sorpresa y me agarré con ambas manos a lo que parecían los bordes de una encimera de metal. Levanté la cabeza sin entender nada, molesta y me quedé sin palabras.
— ¿Qué haces?
Un hombre alto, con un uniforme blanco de cocinero, rubio, con ojos azules me estaba mirando con enfado y desconcierto. Comencé a abrir la boca sin saber que decir. Aquel no era Dedral y tampoco estaba en la habitación de hotel. ¿Qué demonios estaba pasando?
— ¿Quién es esa chica? ¿De dónde ha salido? —Se oyó otra voz entre el barullo y me di cuenta de donde estaba. Era una cocina pero no la que conocía. Una cocina profesional.
El olor de diferentes comidas y preparaciones se mezclaba en el ambiente con las órdenes y los comentarios de los distintos cocineros que estaban trabajando. Vapor, fuego, especias, instrumentos de cocina, hornos, comandas…Mi cerebro trató de procesar todos los estímulos que me llegaban, sin mucho éxito.
—Sacadla de aquí—dijo otra voz a mi izquierda.
Volví mi atención al hombre rubio. No le había visto en mi vida y por alguna razón sabía quién era.
—Alexander—dije para asegurarme de que estaba en lo cierto.
Sus ojos encontraron los míos. Frunció el ceño y se inclinó hacia mí.
—No sé quién eres, ni de dónde has salido pero estoy trabajando. Vete—Comenzó a girarse. Sentía que todos los ojos en aquel lugar estaban fijos en mí pero aun así me negué a desistir. Segundo intento.
—Ouroboros—Solté la palabra como si de un salvavidas en mitad de una tormenta se tratase. Una apuesta a la desesperada…que funcionó.
El hombre se giró como activado por un resorte. En una zancada se plantó a mi lado, me agarró del brazo y me sacó de la cocina. Abrió una puerta a la derecha, me empujó dentro y cerró tras de él. Era una despensa con multitud de alimentos y cajas de cartón.
—Tienes dos minutos para decirme quién eres, como has entrado aquí y cómo sabes quién soy. Empieza—Su tono era áspero e impaciente.
Comparado con Dedral era más delgado aunque quizás un poco más alto. Su voz era fuerte pero no imponía tanto como la del hombre de ojos azules. Sus rasgos eran más amables y quizás era también más joven. Sin embargo, la tensión se notaba en el ambiente mezclada con distintos olores afrutados.
—Me llamo Ariel pero eso no es lo importante—Tan pronto como las palabras salieron de mi boca comencé a sentir como un profundo cansancio me invadía. La cabeza me dolía. La adrenalina estaba comenzando a desaparecer. Sentía como mis músculos estaban entumecidos, como si me hubiese sometido a un intenso ejercicio pero mi mente también comenzaba a disiparse. Era la misma sensación que tenía cuando llevaba horas y horas estudiando sin descanso.
Retrocedí hasta dar con una de las estanterías. Traté de agarrarme para mantenerme en pie.
— ¿Qué te pasa? —Alexander cambió del enfado a la preocupación.
Le miré haciendo un gran esfuerzo para no cerrar los ojos.
—Tienes que ayudarme—Tragué salida—. No sé…Todos va a morir…Tengo…—Noté como mi mente comenzaba a desvanecerse—. Tengo que ayudarles.
— ¿Quiénes van a morir? —Noté sus manos agarrando mis hombros. No tenía la fuerza para mantener los ojos abiertos—. ¿Ariel? ¡Ariel!
A pesar de mis intentos por mantener la consciencia fui incapaz. La extenuación se apoderó de mí y como la ola de un tsunami me sumió en la oscuridad. La voz de Alexander se perdió en mi inconsciencia y antes de perder todo conocimiento las palabras de mi antebrazo resonaron como un eco difuso...
Controlas el tiempo y el espacio” 
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