viernes, 30 de marzo de 2018

25. Dedral - Fantasmas del pasado.

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Fue tan solo un parpadeo. Uno solo. Y Ariel había desaparecido de la misma forma que había llegado. Parpadeé varias veces pero la habitación siguió estando igual de vacía que antes. Me moví por todo el espacio, miré en el armario, en el baño del que acaba de salir…Nada. Era improbable que aquello se tratara de una broma de mal gusto y aún más improbable que se tratara de una alucinación. Ariel acaba de estar allí. Habían pasado dos meses desde que desapareció de la casa igual de misteriosamente. Al parecer las habilidades de la chica habían tardado menos en aparecer de lo que había calculado y eso era un problema.
“Leonel está en peligro. Va a morir”.
Las palabras de Ariel resonaron en mi cabeza con claridad. ¿A qué se refería? Agarré la camiseta que tenía planeado ponerme y el teléfono móvil que había dejado cargando. Marqué el número de Leonel, me puse la camiseta y esperé a que respondiera. Los pitidos siguieron sonando. Nadie contestó al otro lado. Llamé de nuevo suponiendo que no habría podido cogerlo. Obtuve el mismo resultado.
—No me jodas…—murmuré casi sin darme cuenta.
Abrí el WhatsApp y le escribí un par de mensajes. No le llegaban. Probé a llamar de nuevo pero solo me saltaba el maldito contestador.
Solté el aire, tratando de mantener la calma. Tener la mente fría siempre era la mejor opción. Sin embargo, no estaba en Londres. Había dejado a Leonel a cargo de Ánima y de lidiar con Orizont, toda la responsabilidad y poder estaban a su cargo. No había podido evitarlo, la reunión que habían convocado era demasiado importante como para cancelar. Así que había dejado a Leonel a cargo de la operación. Llevaba ya una semana fuera y no había pasado nada… ¿verdad? Leonel no le había hablado de ningún problema. Nadie más le había informado de ninguna complicación. Ánima estaba prácticamente acabada. El trato con Klein se mantenía gracias a…Pandora.
Noté un agujero en el estómago. Pandora.
Las primeras tres llamadas que hice resultaron en que el móvil estaba apagado o fuera de cobertura y en otro maldito buzón de voz. La idea de que lo que estaba pensando era cierto hizo que comenzara a temblar de ira. La cuarta llamada resultó en acierto.
—Charles, dime que la chica está donde tiene que estar—No me molesté en ocultar el enfado que tenía. Oí como mi interlocutor tragaba saliva.
—Señor…—Vaciló antes de seguir—. Hace un par de días hubo un…incidente. Nadie sabe qué ha pasado. Todos estaban muertos, prácticamente descuartizados. No sabemos quién lo hizo. Quién fuera se llevó a la chica.
Respiré y solté el aire con suavidad.
— ¿Por qué nadie me ha informado, Charles? —La calma fría con la que dije las palabras dejaron sin aliento al informante.
—Señor…usted…—Titubeó antes de proseguir—. Galagor nos dijo que él se ocuparía del asunto. Que usted le había puesto al mando del suceso. Nos dio instrucciones precisas al respecto, creíamos que eran órdenes directas suyas.
—Ya. Estaré lo antes posible en Londres.
Colgué sin esperar respuesta. Tiré el móvil sobre la cama. Giré sobre mis talones y con toda la fuerza que pude reunir alimentada por la ira, golpeé la pared. Trozos de pintura y de piedra saltaron por los aires. Una grieta subió en ambas direcciones hacia el techo y el suelo. Casi había atravesado la mitad de la pared. Sentí el dolor en los nudillos, en los dedos, en la muñeca, en el brazo. Se disipó igual de rápido que lo había sentido.
Jadeante, cerré los ojos un instante. Leonel lo había descubierto. Había esperado a que él se hubiera ido para liberar a Pandora pero… ¿Cómo iba a completarse el trato con Klein? ¿Qué represalias iba tomar Rainheart? ¿Qué tenía planeado Leonel? Demasiadas preguntas a las que no tenía respuesta. Demasiados cabos sueltos. Notaba como la situación se estaba escapando de mi control y aquello me ponía furioso. Leonel me había dado una puñalada por la espalda. Entendía sus motivos pero no toleraba la traición bajo ningún concepto. No toleraba que le desafiaran y no iba a tolerar aquella situación. No solo era el desacato lo que me hacía hervir la sangre, sino la posición de riesgo en la que se había puesto Galagor. Si algo le pasaba…
El móvil comenzó a sonar. Me sacudí la mano de polvo y restos de escombros. El nombre del CEO de Orizont apareció en la iluminada pantalla.
—Klein. Justo estaba pensando en ti—Contesté cerrando y abriendo el puño derecho.
—Que romántico. ¿Y en mí, Kyren? ¿Piensas en mí a menudo? —La voz que respondió hizo que me parara en seco. Aquello no era bueno. Hacía mucho tiempo que no le escuchaba. Hacía mucho tiempo que se había olvidado de él.
—Hiram…—Por instinto pronuncié su nombre. Como un lejano fantasma de una época pasada. Hiram Drent. Un fantasma que había decidido volver a por su venganza.
—Vaya, vaya. Si te acuerdas de mi nombre y todo—Su tono burlón era el mismo de siempre, salvo por un pequeño matiz. Esta vez sonaba triunfante. Demasiado confiado—. He visto que has llamado a tu querido Galagor. ¿Estás preocupado, Sir Deville?
Apreté los dientes. Que me llamara por uno de mis alias no solo era irritante, sino una falta de respeto. Sabía ya por donde iban los tiros. Leonel se había metido en la boca del lobo.
— ¿Ahora te juntas con ricos malcriados y pretenciosos, Hiram? Cualquiera diría que echas de menos a tus iguales. ¿Sois mejores amigos ahora? —Mi respuesta salió sin pensarlo mucho. Si íbamos a jugar al juego de las fanfarronerías, no iba a quedar por detrás.
Lord Drent me respondió con una sonora carcajada. No estaba ni mínimamente preocupado.
—Te echaba de menos, Dedral—Hizo un breve pausa—. Por cierto, tengo que felicitarte por Ánima. Está completamente funcional y es toda una maravilla. No puedo esperar a probarla.
— ¿Qué has hecho con Galagor, Hiram? —Cambié el tono de voz por uno más serio. Me estaba cansando de las tonterías de este payaso.
—Nada...de momento—Pude vislumbrar su sonrisa a través de sus palabras—. Klein se está encargando de él y de que esté lo más cómodo posible. Estaba un poco molesto porque vuestro trato no se fuese a cumplir—Chascó la lengua—. Te estas volviendo descuidado, querido maestro.
—Basta de gilipolleces, Hiram. ¿Qué quieres? —Decidí poner fin al juego estúpido al que estaba siendo sometido. Drent solo se estaba regodeando de su posición y a mí se me acaba la paciencia muy rápido.
—Que humor más terrible tienes—Comentó con el mismo tono burlón—. Ven a Londres y tengamos una reunión. Tenemos muchas cosas de las que hablar. Prometo no tocarle ni un pelo a Leonel hasta entonces. ¿Qué te parece?
—Te avisaré cuando llegue.
Colgué. Tiré el móvil sobre la cama. El segundo puñetazo hizo temblar la pared. La grieta se ensanchó. Klein Rainheart se había aliado con Hiram Drent. Aquello era peor de lo que se había esperado. Hiram era implacable. No es como si no pudiese hacerle frente pero aliado con Orizont y teniendo a Leonel en sus manos…No podía permitir que nada le pasará.
Comencé a recoger las cosas de la habitación. Una vez estuviera todo en la maleta, marchaba a Londres sin mayor dilación. 

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jueves, 22 de marzo de 2018

24. Pandora - Dime que está muerto.


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Me moría de frío. La humedad en aquel sótano era insoportable, la podredumbre y el moho invadían la mayoría del espacio. La piedra ennegrecida no ayudaba a sentirme más cómoda y las pintadas de grafitis descoloridos eran deprimentes. Aún seguía con la ropa del psiquiátrico la cual era extremadamente fina. Me habían dado como gesto compasivo un abrigo y unas deportivas pero aun así no tenía calefacción de ningún tipo, la comida que me daban era absurdamente poca y solía tener una botella de agua de medio litro para todo el día.

Por alguna razón que aún no comprendía me habían sacado del psiquiátrico donde Leonel me metió. Hombres armados, sin ningún tipo de identificación. Me sedaron antes de salir del psiquiátrico y me desperté en este asqueroso sótano. En una celda de contención con paredes transparentes que se habían tomado la molestia de montar. El único sonido que oía era el repiqueteo de la lluvia. Incluso había goteras y el agua se filtraba por las paredes, lo cual no ayudaba con la humedad ni el frío. No sabía cuánto tiempo llevaba encerrada. Una pequeñas rendijas permitían que algo de luz entrara pero era difícil distinguir la noche del día. ¿Por qué estaba allí? ¿Por qué Leonel había hecho que me trasladaran? No le había visto. El hombre que me traía la comida y el agua se negaba a responder a mis comentarios, insultos e improperios, lo cual resultaba sumamente frustrante. Me sentía como un animal en una jaula. Además, temía coger una pulmonía o caer en la hipotermia.
Tirada en el mugriento colchón que venía con el alojamiento, apoyada en una de las paredes de plástico transparente, mi mente divagaba entre la inconsciencia y pensamientos inconexos sobre eventos del pasado. Fue entonces cuando lo oí. Disparos. Se oían amortiguados por las paredes pero sin duda eran disparos. Me incorporé como activada por un resorte. Tenía las piernas entumecidas y apenas sentía los dedos de las manos o los pies. Apoyé las manos en las paredes y alcé la cabeza siguiendo los ruidos. Gritos. Más disparos. Golpes fuertes. Una gran pelea estaba teniendo lugar o mi estado era tan malo que había comenzado a alucinar. El ruido se fue acercando. Los golpes comenzaron a sonar más cerca. Los disparos parecían efectuarse justo a la salida del sótano. Me situé en la pared más alejada de la puerta, aunque encerrada, poco espacio tenía para maniobrar. El ruido cesó. La puerta de metal del sótano se abrió de un golpe tan fuerte que chocó contra la pared haciendo saltar polvo y gravilla. Contuve la respiración por puro instinto y cuando mis ojos se encontraron con la persona que acababa de entrar, solté el aire con una confusión más grande que el frío que hacía.
Leonel. Se paró delante de la celda de contención. Hacía tiempo que no le veía así. Tan fiero. La ira ardía en sus ojos. Estaba cubierto de salpicaduras de sangre de pies a cabeza. Es más, la sangre le goteaba de las manos al suelo. Iba vestido de negro, con unos jeans y una chaqueta de cuero cerrada. La sangre seguía goteando. Su expresión era totalmente seria, tensa, fiera. Como un animal en pleno ataque, un animal cuya rabia no se puede contener.
—A un lado—Prácticamente gruñó la orden adelantándose un paso hacia la celda.
No hizo falta que me lo repitiera. Entendí al instante a que se refería. Me dirigí al otro extremo de la celda, donde se encontraba un váter de metal mal puesto en el suelo. Me di la vuelta y cerré los ojos. La explosión llegó poco después. Sentí el calor del fuego como si fuese una bendición. El olor del material de la celda quemado impregnó el ambiente.
Me giré justo cuando Leonel se acercaba a mí. Tragué saliva al verle tan imponente. Me miró de arriba abajo con rapidez.
— ¿Estás bien? —Su voz era áspera y autoritaria. No estaba de humor para juegos. No era mi mejor opción contrariarle ahora mismo.
Asentí un par de veces.
—Vamos. No tenemos mucho tiempo—Me agarró del brazo y tiró de mí.
Le seguí sin rechistar. Me costaba seguir sus grandes zancadas, sobre todo cuando apenas sentía las piernas y los pies. No fue hasta que cruzamos el umbral del sótano cuando fuí testigo de la masacre que había afuera. Parecía haber entrado en el circo de los horrores. La sangre bajaba como un pequeño río por las escaleras que conducían al sótano. Cuando subimos vi con consternación los cadáveres quemados y hechos prácticamente trizas de los dos guardias del sótano. Me negué a mirar más. La sangre pintaba las paredes y el techo. Vislumbré más partes de cuerpos, el olor a carne quemada era insoportable y el olor metálico de la sangre lo convertía en una mezcla tan desagradable que los ojos se me empañaron con lágrimas. Al final Leonel abrió una puerta y salí al exterior. Un dolor agudo atravesó mis ojos al exponerse a la claridad del día. Inhalé el aire puro como si fuese agua y las gotas de lluvia besaron mi piel. Un empujón de Leonel me sacó de aquel trance. Acabé metida en un coche de alta gama, de asientos negros de cuero. Olía a menta debido al ambientador que colgaba del espejo retrovisor.
Leonel arrancó el coche. El sonido del motor me reconfortó.
—Abre la guantera. Tienes una llave para quitarte la pulsera y un sándwich de jamón y queso. En caso de que tengas hambre—Su tono seguía siendo serio. No daba lugar a réplica.
Asentí mientras salíamos del callejón y procedía a abrir el compartimento. En efecto había una llave para el brazalete que inhibía mis habilidades. Era un rectángulo pequeño. Lo coloqué sobre la parte donde se unían ambos extremos del brazalete y con un click se separaron ambas partes de metal y pude quitármelo. Cogí también el sándwich y comencé a comérmelo con unas ganas que no creía tener.
—Leonel… ¿Qué está pasando? —Me atreví a preguntar pasados unos minutos.
Conducía con la mirada fija en la carretera. Imperturbable.
—Es muy largo de contar—Se limitó a contestar sin mover la cabeza.
— ¿Dónde estamos? —Decidí intentarlo al menos con información más básica aunque no entendía nada de lo que estaba pasando. Es más, creía que aún seguía en shock.
—Londres.
— ¡¿Londres?! —Casi salté en el asiento. Presté atención a la ciudad que se veía borrosa a través de los cristales mojados por las gotas de lluvia. ¿Qué coño hacía en Londres? Al menos eso explicaba el tiempo tan horrible y el frío pero ¿Londres? Estaba en Nueva York la última vez en el psiquiátrico.
No me había dado cuenta pero la calefacción del coche estaba activa. Un alivio instantáneo me recorrió y comencé a recuperar un poco el sentido en las extremidades con su consecuente dolor molesto pero no me importaba. Me había acabado ya el sándwich. Decidí seguir intentándolo.
— ¿A dónde vamos? —Le miré sin tener la seguridad de querer saber la respuesta. Se le había secado la sangre. Tenía el pelo negro azabache despeinado levemente, con sangre pegada también. A pesar del odio que le tenía, a pesar de lo mal que me lo había hecho pasar…estaba tranquila. Como si supiera que no me iba a hacer daño.
—A ponerte a salvo—Contestó mientras seguía sin apartar la mirada de la carretera. Alcé la vista con incredulidad.
— ¿Cómo? ¿A salvo? ¿De qué? ¿De quién? ¿De ti? —Las palabras salieron de mi boca sin ningún filtro. Mi mente estaba demasiado confusa con miles de preguntas que se mezclaban las unas con las otras.
Leonel soltó un suspiro.
—Creía que podía mantenerte a salvo de él. De verdad que sí. Creía que tenía el control, que nadie te pondría un dedo encima sin mi consentimiento—Percibí como sus nudillos se tornaban blancos de la fuerza con la que estaba apretando el volante—. No quería tener que llegar a esto…Tú seguridad es lo primero.
— ¿Qué? —Esta vez alcé más la voz—. ¿Mi seguridad? Me has tenido encerrada durante años en un maldito psiquiátrico. Destruiste mi vida y la de mis amigos. Eres un asesino en serie joder. ¿A qué coño viene lo de que mi seguridad es lo primero?
—No voy a discutir contigo sobre esto. Ni siquiera pretendo que me comprendas—Tragó saliva—. Hazme caso con lo que te voy a decir a continuación y estarás a salvo.
— ¿De quién? ¿De quién dices que no has podido protegerme? —Me volví hacia él en el asiento, irguiéndome para que me viera mejor—. Dedral está muerto, Leonel.
Su silencio fue lo único que obtuve por respuestas. Sentí un escalofrío.
— ¿Verdad? —Mi voz tembló con angustia.
El coche se paró. Choqué con levedad contra el asiento y me quedé de nuevo sentada mirando al frente.
—Hemos llegado —dijo con sequedad—. Sube al sexto piso, la puerta B y pregunta por Samantha Blacknight. Es la hija de Alexander Blacknight, actual líder de Ouroboros. Ambos forman parte de la organización, pueden ayudarte. Te protegerán ¿vale? Explícales tu situación, ellos te ayudaran.
—Dedral está muerto—Repetí como si no hubiese oído nada de lo que había dicho—. Leonel, dime que Dedral está muerto.
—Vete. Recuerda, Samantha, Ouroboros. Tienes que salir del país lo antes posible. No puedo hacer nada más ahora mismo—Ignoró mi demanda y el miedo comenzó a invadirme. No podía estar vivo. Le matamos, lo vi con mis propios ojos…
—Leonel…—Mi voz se quebró al ver la angustia en sus ojos, el miedo en ellos. Nunca le había visto así. A pesar de la sangre en su rostro y en sus ropas…parecía tan vulnerable. Mi corazón se encogió por un segundo.
—Por favor, Pandora. Sé que me odias y no voy a intentar obtener tu perdón a estas alturas. Sé que he hecho cosas terribles, imperdonables…sé que te he hecho sufrir y no me lo voy a perdonar nunca. Sé que…—Cerró los ojos y sentí como una tristeza me invadía de pies a cabeza—. Por favor, hazme caso esta vez. Solo quiero que estés a salvo.
— ¿Por qué hablas como si esto fuera una despedida? ¿Cómo si no me fueses a ver más? —Sentí las lágrimas llenar mis ojos. Mis labios temblaron. No quería que esto pasara.
—Lo siento por todo lo que he hecho—Sus ojos estaban brillantes por las lágrimas. ¿Leonel llorando? ¿Qué demonios…? —. Al menos creo estar haciendo lo correcto esta vez.
— ¿Qué vas a hacer? —Mis manos agarraron su brazo izquierdo—. Leonel…
Sus ojos esquivaron los míos y se fijaron en un punto lejano del paisaje borroso a través del parabrisas.
—Vete, por favor. Sal del coche. Ponte a salvo—Agarró el volante con fuerza de nuevo.
¿Por qué mi corazón dolía tanto al verle así? ¿Por qué aquello sonaba a despedida? ¿Por qué estaba creyéndome que lo estaba haciendo para protegerme? Estaba tan confundida…
—Pero…—Apreté las manos contra el tejido de cuero de la chaqueta. Sus ojos encontraron los míos y supe que no tenía elección. Tenía que hacerle caso. Por mucho que me doliera, por mucho que no entendiera la situación… Bajé la mirada apenada.
—Vale—susurré retirando mis manos de su brazo. Puse mis dedos sobre la puerta del coche. Se oyó un click que indicaba que estaban abiertas las puertas—. Ten cuidado…
Nunca creía que le fuera a decir esas palabras. La puerta se abrió y el sonido de la lluvia llenó el silencio.
—Pandora…—La voz de Leonel interrumpió mi salida.
Le miré a los ojos. No hizo falta que continuará la frase para saber lo que iba a decir. Mi estómago de cerró en un nudo imposible. Asentí levemente con la cabeza y un par de lágrimas se suicidaron por mis mejillas.
Salí del coche y cerré la puerta. La lluvia se mezcló con el agua salada que caía de mis ojos. Me dirigí al portal, puse las manos sobre los barrotes fríos de la puerta. Me concentré en la cerradura y pude abrirlas sin apenas esfuerzo. Abrí la puerta y miré atrás. El coche había desaparecido. Cerré los ojos un instante. Entré al edificio habiendo tomado una decisión. 

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jueves, 1 de marzo de 2018

23. Ariel - Cuenta atrás.

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No sabía cuánto tiempo llevaba mirándome el brazo. Era como si mi cerebro fuese incapaz de juntar las letras y encontrar un significado. Había comenzado a temblar. Tenía un nudo en la garganta y un sabor metálico en la boca. Algo en mi mente luchaba por salir a la superficie. Lo notaba. Un ligero movimiento en las aguas, rozando la superficie. ¿Qué era? Como un déjà vu lejano. Un recuerdo escondido…
Parpadeé y pasé los dedos por el mensaje que había escrito con mayúsculas sobre mi piel.
“TODOS VAN A MORIR. SALVALOS. RÁPIDO”
Noté la ansiedad creciendo en mi interior. Algo iba mal. Muy mal. Me arrojé al baño de nuevo mientras me quitaba la camiseta por completo antes de pararme frente al espejo. Ahogué un grito. Mi reflejo me miro horrorizado.
“LEONEL. OUROBOROS. MUERTOS. BUSCA AYUDA. DEDRAL. ALEXANDER. ¡YA!”
Tenía todo el torso escrito, el vientre…Un pinchazo de dolor sacudió mi cabeza. Gemí y me incliné agarrándome al lavabo. Me faltaba el aire. Apreté la cerámica fría. Luché por unas bocanadas de aire. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Leonel…acaba de verle, acaba de estar con él…y entonces ocurrió. En un parpadeo, un flashback.
Sangre. Olor a fuego. Gritos. El hombre con el que acaba de hablar cayendo en un charco escarlata. Sus ojos inertes sin vida mirándome. Gritos. “¡No!” Una voz conocida pero que no identificaba llego a mis oídos. “¡Ariel, sálvale! ¡Sálvanos! Busca a Dedral, a Alexander, ayúdanos. ¡Por favor!”
Inspiré de golpe y solté el aire mientras me golpeaba con una pared. Abrí los ojos de golpe. Mi mirada de desesperación se encontró en el espejo en frente de mí. No hizo falta nada más.
Me puse la camiseta de golpe y salí corriendo del baño a toda prisa.
— ¡Dedral! —grité lo más alto que pude mientras enfilaba las escaleras—. ¡Dedral!
Salté los últimos peldaños de golpe y giré en la entrada de la cocina.
— ¡Dedral! —Grité de nuevo con angustia.
El hombre que tenía en frente de mí me miró consternado. Una mezcla de confusión y perplejidad se reflejaba en su rostro. Sin embargo no era lo único fuera de lugar. Llevaba solo unos pantalones vaqueros negros puestos. Estaba descalzo con el pelo mojado. La habitación también era distinta. Aquello no era la cocina. Observé con rapidez la estancia. Era una habitación de hotel, de tonos rojos y marrones. Lujosa, tenuemente iluminada, con una gran cama de matrimonio circular con sábanas rojas granate. Ninguna luz entraba por las ventanas, era de noche, una oscuridad impenetrable era todo lo que se veía. Una maleta de tamaño medio descansaba abierta sobre un mueble bajo al lado de la puerta cerrada del dormitorio. La moqueta de colores crema y rojizos cubría todo el suelo. Los muebles eran de madera suave y oscura, en perfecta armonía con el resto de la decoración.
— ¿Ariel? —La voz de Dedral se elevó con incredulidad.
Aparte por un momento el hecho de que estaba en un sitio completamente distinto al que acaba de estar y de que estaba flipando y terriblemente asustada.
—Van a morir. Todos—Me acerqué unos pasos a un Dedral expectante y tremendamente confuso—. Están en peligro. Necesito tu ayuda.
— ¿Qué? ¿Quiénes? ¿Qué haces…?
— ¡No! —Le corté sintiendo que el tiempo se acababa. Como si estuviera en una cuenta atrás—. Leonel está en peligro. Va a morir. Dedral, escúchame, lo he visto. No sé lo que está pasando exactamente, no sé ni quién eres ¿Qué coño hago en una habitación de hotel?
Giré sobre mí misma con una risa nerviosa en los labios.
—Ayúdame. Esto es importante. ¡Tenemos que salvarlos! —Le alcancé con un par de zancadas. Sus ojos azules clavados en mí con incredulidad. Le agarré del brazo—. ¡Confía en mí!
De repente sentí como me empujaban contra una especie de tarima que me golpeó en la parte baja de mi espalda. Exclamé con sorpresa y me agarré con ambas manos a lo que parecían los bordes de una encimera de metal. Levanté la cabeza sin entender nada, molesta y me quedé sin palabras.
— ¿Qué haces?
Un hombre alto, con un uniforme blanco de cocinero, rubio, con ojos azules me estaba mirando con enfado y desconcierto. Comencé a abrir la boca sin saber que decir. Aquel no era Dedral y tampoco estaba en la habitación de hotel. ¿Qué demonios estaba pasando?
— ¿Quién es esa chica? ¿De dónde ha salido? —Se oyó otra voz entre el barullo y me di cuenta de donde estaba. Era una cocina pero no la que conocía. Una cocina profesional.
El olor de diferentes comidas y preparaciones se mezclaba en el ambiente con las órdenes y los comentarios de los distintos cocineros que estaban trabajando. Vapor, fuego, especias, instrumentos de cocina, hornos, comandas…Mi cerebro trató de procesar todos los estímulos que me llegaban, sin mucho éxito.
—Sacadla de aquí—dijo otra voz a mi izquierda.
Volví mi atención al hombre rubio. No le había visto en mi vida y por alguna razón sabía quién era.
—Alexander—dije para asegurarme de que estaba en lo cierto.
Sus ojos encontraron los míos. Frunció el ceño y se inclinó hacia mí.
—No sé quién eres, ni de dónde has salido pero estoy trabajando. Vete—Comenzó a girarse. Sentía que todos los ojos en aquel lugar estaban fijos en mí pero aun así me negué a desistir. Segundo intento.
—Ouroboros—Solté la palabra como si de un salvavidas en mitad de una tormenta se tratase. Una apuesta a la desesperada…que funcionó.
El hombre se giró como activado por un resorte. En una zancada se plantó a mi lado, me agarró del brazo y me sacó de la cocina. Abrió una puerta a la derecha, me empujó dentro y cerró tras de él. Era una despensa con multitud de alimentos y cajas de cartón.
—Tienes dos minutos para decirme quién eres, como has entrado aquí y cómo sabes quién soy. Empieza—Su tono era áspero e impaciente.
Comparado con Dedral era más delgado aunque quizás un poco más alto. Su voz era fuerte pero no imponía tanto como la del hombre de ojos azules. Sus rasgos eran más amables y quizás era también más joven. Sin embargo, la tensión se notaba en el ambiente mezclada con distintos olores afrutados.
—Me llamo Ariel pero eso no es lo importante—Tan pronto como las palabras salieron de mi boca comencé a sentir como un profundo cansancio me invadía. La cabeza me dolía. La adrenalina estaba comenzando a desaparecer. Sentía como mis músculos estaban entumecidos, como si me hubiese sometido a un intenso ejercicio pero mi mente también comenzaba a disiparse. Era la misma sensación que tenía cuando llevaba horas y horas estudiando sin descanso.
Retrocedí hasta dar con una de las estanterías. Traté de agarrarme para mantenerme en pie.
— ¿Qué te pasa? —Alexander cambió del enfado a la preocupación.
Le miré haciendo un gran esfuerzo para no cerrar los ojos.
—Tienes que ayudarme—Tragué salida—. No sé…Todos va a morir…Tengo…—Noté como mi mente comenzaba a desvanecerse—. Tengo que ayudarles.
— ¿Quiénes van a morir? —Noté sus manos agarrando mis hombros. No tenía la fuerza para mantener los ojos abiertos—. ¿Ariel? ¡Ariel!
A pesar de mis intentos por mantener la consciencia fui incapaz. La extenuación se apoderó de mí y como la ola de un tsunami me sumió en la oscuridad. La voz de Alexander se perdió en mi inconsciencia y antes de perder todo conocimiento las palabras de mi antebrazo resonaron como un eco difuso...
Controlas el tiempo y el espacio” 
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