Su piel era suave. Delicada al tacto. De un tono claro sobre el que las
sombras se deslizaban en la oscuridad de la estancia. Mi mano sobre su cuello.
Un firme agarre que no dejaba de apretar. Sentía el aire abandonar sus
pulmones. Los jadeos en un intento desesperado de conseguir oxígeno. Y mi mano
seguía sin soltar el bonito cuello, se cernía sobre la suave piel como un
animal hambriento sobre su presa.
La agitación de la
extinción de su aliento se trasladaba a la mía. Sus ojos nublados camino de la
inconsciencia transmitían cosquilleos de placer por mi espalda. Notaba que se
acercaba al límite del precipicio. Saboreé los últimos instantes como si fueran
el manjar más exquisito que jamás había probado. La adrenalina corrió por mis
venas y justo en el último momento, antes del suspiro final, deshice el agarre.
Liberé al delicado cuello de su prisión, y con las yemas de los dedos acaricié
la piel enrojecida mientras sus pulmones luchaban por el control del oxígeno,
la entrada del aire, la vida luchando por sobrevivir a la muerte.
Entre mis brazos
recuperó el sentido. Sus ojos brillaron con una tenue energía devuelta a ellos.
Me incliné, lentamente. Mis dedos rozando la línea de su mandíbula. Mis labios
abrazaron a los suyos con delicadeza, suavidad. Su aliento sabía a vida y el
mío, a muerte.
Woow impresionante
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