jueves, 7 de septiembre de 2017

Unas últimas palabras

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Hay otra realidad sumida en el caos. El cielo es opaco, no hay Sol que ilumine, solo el fuego que puebla la superficie alumbra este lugar. No hay orden, ni ley, ni si quiera ética o moral. La línea entre el Bien y el Mal se difuminó hace mucho. Hay horrores, monstruos por así llamarlos, que la imaginación humana no puede concebir.

Hay un rey que gobierna este dantesco sitio. Un Rey al que llaman Dios.

Os llevarán hasta los mismísimos confines del Infierno y llamaran a sus puertas de hierro oxidado y corroído. Pasad con la cabeza alta y suplicad, suplicad para que ese Rey os deje vivir un solo segundo más.

Suplicad para no ser torturados hasta que olvidéis como se sentía vivir sin dolor. Suplicad para que el juez, jurado y verdugo que gobierna ese páramo de desolación, se ría en vuestra cara y os encierre bajo llave para su diversión.

Apenas recuerdo ya como se sentía respirar aire limpio y no humo y cenizas. He olvidado ya los rayos del Sol acariciar y besar mi piel. Ni siquiera recuerdo como llegué aquí, ni quién soy, ni quién fui. El horror ha pasado a formar parte de mi ADN y ya no sueño, solo reproduzco nuevas y elaboradas pesadillas una y otra vez.

Hubo un tiempo en el que albergué esperanza pero cuando miré a lo más hondo de los ojos de aquel “Dios”, supe que jamás saldría de allí. Mi esperanza se suicidó.

Siento deciros que he de finalizar este relato. Vienen a por mí los siervos del Rey para llevarme a la sala de ejecución. Al fin todo acabará y aun así, no quiero morir. Violé los términos de mi condena y el precio a pagar es la muerte.


Que al menos quede escrito en tinta y papel, que morí por escribir. 
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