martes, 8 de mayo de 2018

28. Ariel - A punto de comenzar.

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Alexander estaba nervioso, quizás incluso más nervioso que yo. Le veía caminar de un lado a otro de la casa entre largos suspiros y la mirada perdida. Le había contado todo lo que sabía, le había enseñado los mensajes escritos sobre mi propia piel y le había hecho participe de mis sospechas acerca de mis nuevas habilidades. Lo cierto es que había algo tranquilizador en aquel hombre, emanaba un aura de serenidad y de control que me había hecho sentir a salvo aunque había algo raro, un toque de desesperación y amargura en sus ojos azules. Quizás me lo estaba imaginando.
El que se suponía que era el líder de Ouroboros me había escuchado en silencio, muy quieto, muy paciente. Nada más acabar mi relato surrealista me había dado un brazalete de un material parecido al acero o la plata y me lo había colocado en la muñeca derecha. Según él era para bloquear mis habilidades. Ya no podría escribirme más cosas en el cuerpo pero evitaría que saltara de nuevo hacia el presente, el futuro o el pasado porque según él, había saltado dos meses al futuro desde que estaba la casa de Leonel y Dedral.
—Entonces… ¿Ahora qué? —Me atreví a decir mientras Alexander pasaba por delante de mí. Se paró en seco y me dirigió una mirada distraída.
—De momento nada. Por lo que me has contado hay gente que va a morir pero llamé a Sam ayer, hablé con ella y me dijo que todo iba bien—Se pasó la mano por el pelo—. No sé porque piensas que Ouroboros tiene que ver con nada de esto. Llevamos inactivos mucho tiempo.
—Bueno, podemos hacer algo entonces para evitarlo. Sé que Ouroboros es importante, no sé como pero algo en mi interior me dice…
—Basta—Su voz se tornó dura como la piedra y di un respingo al oírle—. Escúchame, Ariel. No sé quién eres y no sé porque estás aquí. Yo ya no soy nadie. Tengo un trabajo normal, una vida normal y lo único que quiero es estar tranquilo y que me hija también lo esté. Los años en los que Ouroboros estaba activa han pasado. No quiero volver a esa vida, no quiero más muertes en nuestro bando.
—Es justo lo que estoy tratando de evitar—Esta vez fui yo la que levanté la voz al tiempo que me incorporaba de la silla en la que estaba—. No sé lo que está pasando pero sí sé que mucha gente va a morir y que tengo que ayudarles. Y sí estoy aquí es por algo. Quizás las cosas con tu hija no vayan tan…
El sonido del timbre del apartamento me interrumpió. Nos quedamos mirándonos durante unos segundos sin hacer nada. El timbre continuó sonando.
—Ve al piso de arriba. No bajes bajo ningún concepto—me ordenó dirigiéndose a la puerta.
— ¿Por qué? —pregunté alarmada mirándole con ansiedad.
—Porque no espero a ninguna visita. Ve arriba—Se giró antes de que pudiera preguntar nada más.
Me dirigí hacia las escaleras que llevaban al piso de arriba del apartamento. Era el último piso del edificio y era un dúplex. Muy luminoso y decorado con gusto. Sin embargo, antes de llegar arriba y meterme en una de las habitaciones, decidí quedarme a la mitad de las escaleras y escuchar lo que pasaba. Al menos tenía buen oído. Si escuchaba pasos acercándose salvaría los pocos escalones que quedaban y me escondería en cualquiera de las habitaciones.
— ¡Alexander! Cuánto tiempo sin vernos. Aunque no lo creas, te he echado de menos—Era una voz grave de hombre. Las palabras estaban teñidas de burla y no parecían esconder buenas intenciones.
—Hiram, porqué será que no me sorprende—Las palabras de Alexander sin embargo sonaron resignadas y desganadas. El pasado agrio de Ouroboros acaba de llamar a la puerta.
— ¿No vas a invitarme a pasar? —Hiram sonaba desafiante y divertido a la vez. Me recordaba a un felino jugando con su presa antes de clavarle los dientes. Mi respiración se agitó. Quise confiar en que Alexander lo tenía todo bajo control.
— ¿Qué quieres? —Alexander no parecía estar para bromas. Su tono era seco, desprovisto de emoción. Me pregunté cuál era la historia entre los dos hombres.
— ¿En serio, Blacknight? Después de cuatro años sin vernos ¿Así es como me recibes? Esperaba un poco más de emoción. Parece que tienes un palo por el culo, más de lo normal…—Una breve risa acompañó las palabras del recién llegado.
—Hiram…—Esta vez las palabras del líder de Ouroboros tomaron un cariz de amenaza y enfadado que hizo que un escalofrío recorriera mi espalda. Una sola palabra bastó para cortarme la respiración.
—Oh, está bien, Alexander. No he venido para regodearme—Hizo una pausa—. ¿Vas a dejarme pasar al menos? ¿O es que a parte del sentido del humor, has perdido también la educación?
Un silencio se instaló en el apartamento hasta que la puerta se cerró y una serie de pasos resonaron por la estancia. Me tensé, preparada para correr el tramo de escaleras que faltaba en caso de que Hiram se dirigiera hacia mi posición. No fue necesario. Por la cercanía de las voces, supuse que se habían quedado cerca de la pequeña mesa que se situaba entre el salón y la cocina americana.
—Ya que no te veo de muy buen humor, querido Alexander, voy a ir directo al grano—Una ligera pausa precedió a las siguientes palabras—. ¿Dónde está Pandora?
Alexander tardó en responder. Mis ojos se abrieron y mi respiración se agitó al escuchar aquel nombre. Algo en mi memoria resonó como un eco lejano. Un recuerdo olvidado. Mi atención volvió al presente cuando la conversación se reanudo.
—No sé quién es. No sé de qué me estás hablando—La respuesta fue sincera e impaciente. A Alexander no le estaba gustando el cariz que estaba tomando la conversación.
—Alexander…tú y yo hemos pasado por mucho. ¿No quieres juegos? Bien. Sin Juegos—El tono de voz de Hiram se tornó más grave, más amenazador—. Dime done está la chica. ¿La tienes por aquí escondida?
—No sé nada de ninguna chica, Hiram. No conozco a ninguna Pandora. Te estás equivocando—La impaciencia se tornó en preocupación. No podía ver sus expresiones pero me bastaba con la voz para saber que algo malo estaba a punto de pasar.
—Te creo—Hiram sonó convencido. Casi satisfecho con las palabras de su interlocutor—. Es una lástima, la verdad. Esperaba que tuvieras tú a la chica.
— ¿Por qué? Si no está conmigo ¿Con quién está? —La preocupación evolucionó a miedo y es que Blacknight temía oír la respuesta del Lord.
—Creo que ya sabes la respuesta, rubito—Una sonrisa malvada se deslizó por el rostro de Hiram—. ¿Has tenido noticias de tu querida hija últimamente?
— ¡Hiram…! —El miedo dio paso a la ira. Los peores temores del líder de Ouroboros estaban cobrando forma. Después de tantos años…sus demonios no le dejan tranquilo.
—Tranquilo, Alexander—Drent alzó la voz para aplacar el sobresalto de su viejo enemigo—. Te acuerdas de Kyren Deville ¿verdad?
No pude ver la expresión de Alexander pero el silencio duró poco.
—Eso imaginaba…—Un toqué de diversión destiló de esas dos palabras—. Puedo hacer que Samantha resulte ilesa de ese desafortunado encuentro que probablemente este teniendo lugar ahora mismo pero…
—Quieres la pieza ¿no? —Esta vez la calma helada de Alexander me petrificó.
—Oh, Blacknight, tú sí que me conoces.
—Si te doy la pieza ¿Prometes que no le harás daño a Samantha? ¿Nos dejarás tranquilos? —La pregunta pareció resonar por toda la casa con fuerza, casi como un ruego desesperado.
—Te doy mi palabra—Hiram lo dijo con solemnidad aunque me temía que su palabra no valía nada.
—De acuerdo. Vamos. Te daré lo que quieres—La decisión con que dijo Alexander esas palabras me pilló por sorpresa. ¿Qué pasaba conmigo?
— ¿En serio? Esto ha sido más fácil de lo que pensaba—Una ligera risa flotó en el ambiente—. ¿Ahora mismo?
— ¿Tienes algo mejor que hacer? —Esta vez fue Alexander quién sonó amenazante.
—No, soy todo tuyo—Oí pasos—. Después de ti.
Los pasos se alejaron. La puerta del apartamento se abrió y luego se cerró. Esperé varios minutos. En silencio. Sin moverme. Acabé bajando los escalones uno a uno. Aguanté la respiración y me asomé. No había nadie. Era la única en el apartamento. ¿Se había ido? Recorrí con los ojos el espacio vacío. ¿Qué iba a hacer yo ahora?
El teléfono fijo comenzó a sonar. Salté en el sitio y ahogué un grito de sorpresa. A estas alturas no creía en las coincidencias. Con prudencia, me dirigí a la pequeña mesa al lado del sofá donde se encontraba el dispositivo. Lo cogí con manos temblorosas.
— ¿Sí? —Me atreví a decir.
— ¿Alexander? ¿Papá? ¿Quién es? —Me respondió una voz de una chica joven. ¿Sería Samantha?
—Ariel. Soy Ariel. Tu padre…
— ¡¿Ariel?! —Una voz conocida sonó al otro lado. Le sucedieron una serie de murmullos—. Ariel, soy Dedral. Cuéntame lo que ha pasado.
Por extraño que pareciera, me sentí aliviada al escuchar su voz pero a la vez sentí un vacío en el estómago. Se avecinaba lo peor, lo que tanto temía, estaba a punto de comenzar.

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